sábado, 28 de diciembre de 2024

NILTON SANTIAGO

  

 

 

 

Mantenerse fiel a las ideas es más fácil para un perro

 

Si el peso de un hombre

es inversamente proporcional a su vacío,

el peso de un perro

es inversamente proporcional a su ladrido.

 

Lo sabemos y, por ello, lo saludamos

para que nos deje entrar.

El perro nos dice «buenos días».

Nosotros, en contestación, le ladramos.

 

Mercado de Belén se llama, aquí al lado del río Itaya.

 

También estuve con mi padre en el otro Belén,

allí descubrió que a Dios lo respiramos.

 

Nos advirtieron varias veces de no ir a ningún Belén.

En Tierra Santa un soldado,

aquí, en la selva, un mototaxista.

 

En el otro Belén mi padre se deslizó y besó

el lugar donde -dicen- nació Jesucristo.

Aquí, nosotros, nos agachamos para recibir una «limpia»

que «cura» la infertilidad.

 

A ella le atraen las paradas con productos esotéricos,

«los amarres» y los «brebajes afrodisiacos»

(el «R.C.», el «Sígueme Sígueme»).

 

Compramos «Palo santo», «Ají charapita»

y jabón «Abre caminos».

También un extracto de «Uña de gato» con «Maichil».

 

Le han dicho que deshace los tumores,

como ese que le ha brotado a mi padre

en la hipófisis,

como una perla de átomos.

 

(Y al que oigo expandirse desde dentro de mí).

 

Salimos del mercado,

el perro se despide de nosotros.

Yo, en agradecimiento, le arrojo mi ser.

 

Al salir de Belén, en Tierra Santa,

unos soldados nos pidieron los pasaportes

y nos preguntaron si sabíamos ladrar.

 

«¿El peso de ser extranjero en tu propia tierra

será el mismo que el de no ser?»,

le pregunto al mototaxista Bora

que nos trae de vuelta.

 

«Tanto buscar el origen, la divinidad,

cuando hasta un simple gusano suri

es hijo de la colisión de dos estrellas», me dice.

 

¿El epitafio será entonces el haber nacido?

 

 

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