Dos poemas faltantes
En la obra completa de un poeta perdido,
que murió joven y dejó terminados
un centenar y medio de poemas,
al final faltan dos por un error
en la impresión del libro; uno se llama
“El camino”, en el índice correcto
figura el título, y el otro ausente
dice: “Dolor por el amor auténtico”.
En medio de los dos, se salvó el penúltimo
que empieza así: “Afuera, allá en lo oscuro”…
Hace cien años que murió el que escribe
y es tan casual que yo lo esté leyendo
como el misterio de las hojas blancas
que me asalta esta tarde. A él la noche
lo acecha en un camino sin foquitos
y le cortará el paso, pero dice
que toda luz es débil, la alegría
y el dato de estar vivo, ante el poder
del desgaste continuo, excepto que
lo quieras. Aunque un afecto real
sigue siendo el camino y cuando duele
es porque en un instante se da cuenta
de que va a terminar. Y si ahora miro
hacia atrás en su libro y en las cosas
que se mueven: las horas, un gorrión,
un gato somnoliento, son testigos
de algo que no podrían comentar,
entonces sólo un móvil permanece:
mi mano que se arrastra sobre la hoja
blanca como un cangrejo acurrucado
que descansó en la almohada a la mañana
y ahora sigue gateando en la blancura
en busca de más años. El poeta
muerto dice que el viento está agitando
las cien hojas de un sauce en su jardín.
Son sus poemas: los únicos salvados
que hablan de lo que crece y ya son verdes,
sin libros ni una mano que los roce.
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