Tercer
descenso
A
las seis de un jueves algo retumba
La
polvareda se asienta suavemente en el pétalo de un suplicio
donde
los rezos se estiran hacia las guerrillas del tiyat
la
tierra de todos los colores
excepto
el nuestro
Y
son las seis y algo de un cinco de junio
y
las seis y algo de una advertencia
en
oleajes que se interrumpen de pronto
y
cambian de dirección hacia afuera de las rocas
hacia
el futuro
donde
los tonos aguardan a ser descubiertos
por
los cantores que palpan
solo
si se dejan palpar de vuelta
(así
sienten las rocas)
Los
cantos viejos reverberaban otras seis
otras
innombrables seis, otras chingadas seis
otras
seis chingadas canciones
seis
ahuates restregándose por los techos
que
resienten las seis y poco más
de
un dos mil tres
una
vez cuando todos los flotes
volvieron
al abuso
en
otra enfermedad un pez cualquiera
Nunca
nadie nos dio una voz
que
pudiésemos hinchar con agua hasta la muerte
Primero
llegaron a decirnos
que
somos “el lugar encima de la cueva”
y
luego nos llamaron hoyos
“el
lugar que encubre un vacío”
por
eso todo llega a desplomarse aquí
a
llenar los sumideros a como dé lugar
y
tal vez por eso todos nuestros rezos
no
suben más allá de nuestros ojos
y
amamos a tientas y sin sostén entre decepciones
y
por eso los cantos siempre hablan de lo mismo:
el
hijo infinitamente nacido
de
la calavera
Y a
las seis desboca un saquito de pasión
Galopa
el cuz-cuz
Limpia
la montaña
Ya
no chispea
A
las seis un humano
que
apaga un cigarrillo
mira
al único verso
imposible
de teclear
y se
desboca
y
empieza a venir
Viene
sin forma
Viene
hirviendo
Viene
viva
Se
levanta el telón
—habemus
carroña renovada—
Se
prenden las cámaras
Se
agitan las tumbas
Se
abrazan las piedras
Se
abrasan las piedras
Reciben
en alfombra roja el trancazo
y el
valle se amodorra
Se
apoxcahua
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