El
camino
Era
un niño cuando iba al arroyo del Mijao.
Paraba en casa de Delia y en la de Filomena.
Dejaba que me hablaran de sus parientes.
Antes
de entrar a la umbría del bosque
seguía oyéndolas al lado del humo de su fogón
o frente a unas ennegrecidas hornillas de kerosén.
Aquellas
voces seguían entre la algarabía de los pájaros.
Temblaba con la soledad de ellas y la mía
al doblar la curva, al bajar la cuesta y llegar a la ribera.
Entre
las piedras y las lianas nos íbamos borrando en la penumbra.
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