domingo, 18 de agosto de 2013

JORGE RUIZ DUEÑAS





El pescador del sueño




A la deriva,
las pupilas de los náufragos
estallan en mi interior,
iluminan la carne,
hacen el mediodía en mis pensamientos;
desde ahí me abordan visiones de la tierra firme
y padezco así, de nuevo,
la fatiga de los atracaderos;
me posesiono de las dársenas
y de sus aduanas,
busco el arrebato callejero,
me uno a la huelga de los muelles,
amago al orbe comercial
y las bodegas, catedrales vacías,
se hacen clausurar con el silencio;
hospiciano de nuevo,
vaga mi recuerdo con la consigna de la libertad
y en la mano de los huérfanos tomo mi propia mano
y con su ansia recupero la angustia,
y mi rabia,
en su derrota,
cae en letrinas que van a la subterránea ciudad,
a acueductos de inesperado encuentro,
de pestilente hallazgo,
arroyos turbios, rápidos, cloacales.
En la mañana de zinc
palpo la carne de mi entraña,
construyo islas
y desembarco esclavos;
dentro de mí,
patrón y marinero,
las cartas de navegación son referencias y memorias,
ojos de hombres y mujeres
que esperan a los liberados,
ojos de infantes en los albergues
y de estibadores en los nosocomios,
los de muchachas de madrugada en las empacadoras,
los ojos nostálgicos de los viejos en la playa,
los ojos infinitos de la gente de mar.
Flota mi cuerpo para medir los litorales,
corto rutas náuticas,
sondeo radas,
tropiezo con los seres acuáticos,
cruzo latitudes y longitudes,
y los trópicos y el ecuador me dan vueltas
y las grandes migraciones de los mares,
los hielos árticos y antárticos,
las costas ardientes,
las aguas interiores.
Encallo en bancos
y me abrigo en ensenadas,
amo a las mujeres de los puertos,
y hundo mi carne en otras carnes,
gozo de su piel infinita,
y en todos esos sitios
doy recuerdos y los gano;
así, con la tarde sanguínea
la bitácora documenta mis emociones.
Mi tradición
es deslizarme en las olas con los hijos,
es jalar del anzuelo y resistir el temporal;
es la mala pesca,
es la sangre en los canales,
es amar esta posesión universal,
aferrarse a las rocas como alimaña costera
de los mares tropicales y de las corrientes gélidas;
es ser fruto del agua salobre
y aguardar al sol en altamar.
Para mí no hay especies reservadas,
capturo en todas las aguas
y en todas las distancias,
hago de mi pesca un pronunciamiento ribereño
y enfrento los riesgos de mi propia captura.
En esa suerte vuelvo a la taberna,
y a aquella callejuela que encerraba
el golpe delator de mi carrera;
vuelvo a la macana,
a la picana
a las banderas rojinegras,
a la fuerza pública
y al interés público,
a las paredes salitrosas de las cárceles portuarias,
al hedor de los desperdicios,
a la neblina que veo avanzar en cautiverio,
a las fichas policiales,
a expedientes con olores a facturas,
a conocimientos de embarque,
a timbres y sellos,
a la tinta en los dedos y en los sellos azules,
a la astenia y al quebranto de los huesos,
a la nostalgia de mí mismo,
solo,
derivando en la conciencia propia y en la ajena,
flotando como los desechos,
mutilado en mi ánimo,
como al principio de la caída
y del deseo prohibido de la muerte marina;
derivando con las aves de mar,
a la deriva en el tiempo
y a la deriva en el mar.
Me consumo y disuelvo,
rasgo mi piel contra escolleras
y en mí entra la sal que crispa la carne,
y bajo la luz astral
otra luz fulgura en mi cuerpo,
fuego del advenimiento
que revela dimensiones no exploradas
donde penetro absorto
para conocer los purgatorios y el infierno,
la condena oceánica,
averno que retorna
para obligarme a anudar los mismos nudos,
a tener los mismos presentimientos,
a saltar los mismos diques,
a odiar y a amar:
los mismos recuerdos
y los mismos hermanos,
las mismas mujeres,
y los mismos buques,
los mismos amigos,
los mismos horrores,
la misma niebla gris y densa
que ocultó mis pecados y desasosiegos,
la brisa que humedeció mi cuerpo
y aquellos labios no identificados
que sacudieron mi fiebre.
Una vuelta más al gran timón
para acabar atemorizado sobre la misma playa,
aterido por el mismo viento del noroeste,
aterrado por las mismas calmas,
en el centro de la soledad y del océano,
nuevamente recluta y nuevamente operario,
nuevamente pescador de estero y navegador de altura,
nuevamente yo y tú y todos nosotros,
para ser devorados por la misma ola
en la misma hora imperfecta de la tarde,
en ese minuto tan cruel y abominable.

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