Déjà vu
Te fuiste, mujer.
No queda nada, quizás nadie,
ni el viento entre las ramas,
ni el rojo disimulo
de mi rostro en el espejo,
donde quedo
desesperadamente laico
para creer que tu abrazo
romperá las esquinas
de estas páginas vacías
o convertirte en musa
para inspirar mis ganas.
No queda nada, quizás nadie,
ni el viento entre las ramas,
ni el rojo disimulo
de mi rostro en el espejo,
donde quedo
desesperadamente laico
para creer que tu abrazo
romperá las esquinas
de estas páginas vacías
o convertirte en musa
para inspirar mis ganas.
Pero no estabas, mujer.
No queda nada, quizás nadie
y no sé porqué me encierras
el ayer en el olvido
cuando escondía mis manos
de aprendiz en los bolsillos
soñando tu cintura,
mis abrazos, tus piernas.
Y mordías mis sueños
rompiendo el hielo
que me arenaba en tu silueta
que me hacía saborear tu calma
cuando arrancabas la fiebre
que aún no encuentra cura.
No queda nada, quizás nadie
y no sé porqué me encierras
el ayer en el olvido
cuando escondía mis manos
de aprendiz en los bolsillos
soñando tu cintura,
mis abrazos, tus piernas.
Y mordías mis sueños
rompiendo el hielo
que me arenaba en tu silueta
que me hacía saborear tu calma
cuando arrancabas la fiebre
que aún no encuentra cura.
Pero te fuiste, mujer.
No queda nada, quizás nadie
que reniegue el despecho
entre mis guiños
entre las rosas que llueven
desordenando tus pasos por mi boca,
y el recuerdo del domingo
de vientos clandestinos
que perforaron tu mirada
desmigajando los muros del invierno
bajo el fuego de mis ojos
en el vacío congelado
que me devuelve el espejo.
No queda nada, quizás nadie
que reniegue el despecho
entre mis guiños
entre las rosas que llueven
desordenando tus pasos por mi boca,
y el recuerdo del domingo
de vientos clandestinos
que perforaron tu mirada
desmigajando los muros del invierno
bajo el fuego de mis ojos
en el vacío congelado
que me devuelve el espejo.
No queda nada, mujer,
sólo el viento entre mis manos.
sólo el viento entre mis manos.
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