domingo, 24 de noviembre de 2013

NORBERTO CODINA




El Evangelio, según…

Rebélate, rebélate contra la muerte de la luz.
D. Thomas.

El hombre, como un animal cansado
da dos vueltas y se echa en sí mismo
se deja caer desde su yo y su memoria
desde la médula y el primer aroma de la infancia
desde el crucifijo y la pila bautismal
a los nueve años en la iglesia del Carmen.
Y aún antes, desde el primer semen
la primera lágrima, la primera sangre
de la madre posesiva y el padre mercader.
Desde el primer rincón en el fondo de la caverna
a la luz de unas brasas agónicas
entre la niebla de los fluidos
mientras la furia y el aliento del gran tigre acechan.
El hombre resucita y se desploma
en su eterno dolor de perder y recobrarse.
¿Dónde la manada, el recuerdo
molecular del cazador con el crujido de la presa
el palio, el sol hermoso y el sexo irrepetible?
Si fue dios, y cayó de sí mismo.
Si se cansó de ser héroe y traicionó
su casa
mató al niño y no pudo
contener el pulso del carnicero.
Fue escupido y perdonado
por su rebeldía y su servidumbre
y no puede ser hoy más
que la atávica sombra de la derrota
que se alarga desde el pasado
sobre los médanos del Coro
expedicionario de sus miedos
acumulados como las piedras
de una fortaleza troyana
llámese
san Severino, san Juan de Ulúa
o san Juan de Arce.
Un resplandor más allá de la selva
más allá del iris del “gran dientes de sable”
un punto luminoso
perdido en los senos de la hembra
o en el capullo cortado que le perturba.
Da dos vueltas, lentas y duras
cae sobre su costado
se aplasta en el silencio de la tormenta
en el árbol de su cadalso
reza por algo imposible, siempre ha sido así
tiembla, se estremece, materia en cámara lenta
arranca la última brasa
el carboncillo agónico que todos le niegan.
Y vuelve a desandar con la cruz
con el manifiesto a los obreros silenciosos
con los dogmas, y las leyes, y los principios
que lo hicieron, santísima trinidad
huérfano–adúltero–profano–pobre diablo
espiral elevada de sus derrotas
rostro común, mano triste
la arruga, el callo, la joroba
la hosca y flaca palidez del que alumbrará
a su padre, a su hijo, a su otro yo, al emigrante.


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