De pie frente al dolor
Yerto
sobre el rocío del dolor
extiendo
la voz que emerge
de
la tumba donde le acostó el silencio.
Ya
no es hora de conformarse
con
la campana que murió en la plaza.
¡Ni
con los caminos amarillos y delgados
donde
las pisadas dejaron su beso viajero!
¡Mi
corazón es una estrella apagada
que
quiere arrancar fuego al sol!
Quiero
mojar la arena de la siesta
que
abre surcos en las plantas
de
los hombres cautivos de la tierra.
¡Quiero
limar los cerros de sus manos
y
arrancar de sus ojos la resignación!
Si
las paredes acribilladas de pobreza
pudieran
acercar su voz a los oídos sordos,
a
las miradas de puñales indiferentes,
y
lanzar al viento su queja amarga:
¡Cuántos
días el pan ha estado ausente!
¡Cuántos
cuerpos, en edades desiguales,
enlazó
el invierno
y
el pecado fue un bocado de la noche!
¡Ya
basta...!
No
quiero seguir tocando la cuerda,
el
hilo de sangre que teje la sombra
del
universo, de Latinoamérica.
Sólo
de pie frente al dolor
quiero
levantar un muro de esperanza,
un
muro de hierro que detenga
la
tristeza que viene arrollando
-roca
desprendida de los Andes-
la
alegría que ha nacido a deshora.
Y
creer que el viento de la noche
se
ha llevado
el
miedo que dormía en la llanura.
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