La muerte es inocente
¿Cómo
pudo la Muerte, por sí elegir el fuego
si
ella es tan helada, si ella es tan oscura...,
si
llama con sigilo, para esconderse luego
infame
despiadada, sin pasión ni premura?
¿Acaso
no es la Muerte, esa grande ignorada
la
que de lejos viene y sin dudar cercena,
la
que ronda indiscreta, esa dama callada,
tan
quieta y solitaria que merca con la pena?
Los
días ya no cuentan en la tenaz porfía:
te
sabes poderosa, te sabes imbatible,
señora
de las penas... ¿qué falta, pues, te hacía
venir
así de artera un domingo apacible?
No
tienes culpa, dices, hoy elegiste el fuego...,
señora
de la nada, esposa del vacío,
malvada
destruiste mil risas con tu juego
¡Qué
furia ha causado tu loco desvarío!
Te
dices inocente, te dices injuriada,
que
vienes al llamado ¡son otros los culpables!
La
voz de la avaricia que brota en la miríada,
son
ellos los malvados, de rostros tan amables...
Son
otros los culpables, aquellos que han matado
de
niños su sonrisa, de algunos los amores.
Los
monstruos de codicia, la farsa ya han montado
y
al clamor de reclamos, se olvidan los dolores.
Ver
el abierto Averno ya marca nuestra vida,
saber
que el llanto acaba y todo va al olvido
escarba
con su saña la dolorosa herida
donde
unos cuervos sacan, provecho de lo ido.
La
pálida, callada, tú, Muerte fementida
te
dicen la culpable, te marcan con desprecio
porque
un domingo triste robaste tanta vida
mas
ellas ya tenían devaluado el precio.
¡La
Muerte es inocente!, ¡la Muerte es inocente!
Son
otros los culpables de figurar ansiosos
de
avidez que ciega y cruel mata inconsciente
con
las palabras esas, promesa de animosos.
Ciegos,
sordos al clamor, al grito que se eleva
piensan
cómo robar más de las tumbas quietas ya
la
sombra del silencio..., la sombra que se lleva
de
entre las hojas secas, un necio aleluya.
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