jueves, 2 de enero de 2014

JUAN MANUEL MARCOS



Elegía a Rafael Barret

En el centenario de su nacimiento.

Lo conoció el invierno en una calle oscura
de capote y ojos tristes clavado en una esquina.
Dialogaba sin voz con una voz nocturna.
Escrutaba los signos tempranos de la cárcel.
Examinaba la queja oscura de la brisa.
Derrotaba el oprobio cansado de sus úlceras.
Vulneraba las leyes del dolor y la magia.
Conversaba el lenguaje violento de la muerte,
y su pálido alfabeto preñándole los ojos.
Y viajaba en la noche como un caballo errante,
sin dios y sin jinete, anclado a la deriva,
intacto en la energía valiente de sus letras,
invicto en la eternidad sangrante de sus actos.
Distribuyó relámpagos de ira.
Se puso la camisa del obrero
y el zapatón de bruma de sus sueños.
Cabalgó las atmósferas del humo,
soportó las afrentas del tirano,
mitigó la garganta del destino,
apresuró el silencio y lo detuvo,
acampó en las espaldas de los cerros,
descendió a los infiernos del destierro,
caminó entre vacíos y veranos,
inauguró la vida en la palabra,
amaneció encendido una mañana
de pólvora, rocío y polvareda.

Convocó inevitables cataclismos,
asaltó los escándalos del día
y repartió sus panes de luz dura.
Adivinó la marcha de la historia,
la esencial combustión infatigable,
se casó con la patria paraguaya
-encinta soledad ardiente, solidaria-
alquiló tres hectáreas de papeles,
arrendó el patrimonio de la cólera
y repudió la esclavitud de los yerbales.
Le quebrantó los huesos de la muerte,
dominó la traición de sus pedazos
y la sublevación de sus pulmones,
acuchilló relojes taciturnos,
iluminó satélites adúlteros,
enamoró de esdrújulas la noche,
olvidó siete sílabas celestes
en una sien anónima y morena,
supo ternura y esperanza
y le enseñó a cantar al arco iris
enlutadas palomas en el viento,
¡y se expandió en la cruz de sus noticias,
se hizo espacio a sí mismo de inocencia,
de viento, viento, viento, viento, viento!



No hay comentarios:

Publicar un comentario