jueves, 2 de enero de 2014

MARÍA EUGENIA GARAY



Surcos


Cuando las grandes sombras de la noche
proyectan su agonía
sobre este largo corredor de ausencias.

Y los añosos árboles del patio
se vuelven como de humo.

Y la ciudad se puebla
de una intangible bruma.

Cuando la casa duerme
su ropaje de sueños.

Y los hombres descansan su fatiga,
es entonces que Yo,
enredada de azul y de silencio
te pienso Patria mía.

Conozco ya,
definitivamente,
el rumor de tu nombre
poblando las mañanas de escolares,
de trenes y banderas.

El aroma del pan en las cocinas,
las manos trajinando delantales
amasando la harina y los recuerdos.

Sé del sabor violento
de tus ríos sin márgenes
venidas desde el tiempo,
donde la claridad ardiente del verano
busca perpetuamente sumergirse
refractando su transparente luz,
en mil escamas de brillo centelleante.

Presiento, desde siempre,
la quietud mineral de tus entrañas.
Conservo
la leyenda de tus bosques
repetida mil veces
por la voz de la lluvia.
El valor indomable del quebracho
la sinfonía radiante de su fuerza
cubriéndose de nidos y de flores.
Oigo
el rumor del viento
ondulando tu nombre en los trigales.
Y te siento,
latiendo Patria mía
en el pulso caliente
de mi sangre.

Te sueño así
rotunda,
total y generosa,
vestida de naranjos y guaranias.
Tu milenario corazón
mediterráneo
repitiendo su historia en las campanas
de un claro mediodía
para que el aire todo
se pueble con su canto.

Te siento así
profunda y misteriosa,
dueña absoluta de tu vieja historia
salpicada de luchas heroicas y martirios.
Sutil de tu ternura,
Violenta en tus batallas.

Es entonces que siento
reverdecer en mí
la Antigua Savia,
y en el milagro humilde y repetido
de ver brotar
la hierba cada día,
se confunden tu esencia y tu garganta
con el llamado intenso de la raza.
Surcada, toda tú
sin tiempo ni presencias
por la insomne silueta
de los Antepasados.




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