martes, 26 de enero de 2016

ADALBERTO GARCÍA LÓPEZ




Hotel El Congreso, habitación 136



La lluvia cae como el azúcar
en el café. Muchas gotas,
mucha gente afuera, sintiendo
todas esas gotas en su espalda
rompiéndose igual que el cielo con
sus relámpagos. Bostezo. Ahora
la televisión no para de querer
dialogar conmigo. Me mantengo
ocupado, o por lo menos, trato de
fingirlo. Esta habitación que hoy
habito se sabe sola y ajena: me
escupe su silencio; me araña. En
un par de horas el sol va a tejer
sus rayos de luz sobre el cabello
de ella y simulará que un fuego
nace de ella, que el día pende
de un solo cabello de ella. Una
guerra se hará. Pero regresando
al hoy, a lo que acontece frente
a mis ojos y cuerpo: este terrible
pensamiento de la vida, mi vida
y lo demás. No sé si la pluma
seguirá su desfile por esta hoja
o terminará de recaer al arduo
hábito de caminar de puntitas. Los
lobos de esta ciudad cosmopolita
aúllan a la luna. La luz parpadea
pero poco importa porque madre
duerme, es víctima del sueño, yo
sólo consuelo al sueño cuando
consigo la tregua de soñar con ella.
Sigo pensando. Pienso. Veo el cielo,
ahogo dudas. Como si una enorme
sábana líquida que en sus orillas
tuviera un bordado de espuma cayera
sobre mí. Sin piedad alguna, sin
remordimiento. Ya la noche oculta
algunas de sus estrellas; el periódico
llega a la calle y hay olas que hacen
eco en la costa. Una sirena de patrulla
canta en estos serenos momentos.


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