Balada
de las cosas perdidas
I
Lo
primero que se perdió fue la infancia,
la
infancia que corría con su pie ligerísimo,
la
infancia agreste
la
camada de tórtolas en aquel sauce viejo,
el
verano mordido en las guayabas,
una
cocina blanca,
y ese
cuarto cerrado, “tal como esta cuando…”
y en
donde, la incansable ceniza del tiempo
caía
con ala lenta, mota a mota…
¿sigues
estando allí, y ahora,
casa
que ayer fue tutelar, fue nuestra?
Yo
despertaba y veía a la madre,
prender
la candela con manos agrietadas, por la intemperie diaria,
amasar
la blancura de la harina,
cuando
el desayuno estaba servido, nos llamaba,
Yo
lentamente, me levantaba y me vestía…
Sollozos…
labios cerrados…
el
llanto en los rincones,
la
pupila asombrada, huyendo de algo adulto,
ese
disco de luz que parecía venir de alguien o algo…
¡Oh
pureza! ¡Pureza!
tantas
cosas he debido perder, de marcha, siempre,
donde
se abría el camino…
Pero
de la infancia, ¿qué diré de la infancia?
Te
vas desdibujando, te imprecisas, te azulas…
II
Y
hubo la pérdida del primer amor.
Postigo
desaparecido
desde
donde el amor y el miedo miraban con mil ojos.
Charlábamos
bajo los balcones
sencilla
abertura por donde derramaban
la
fragancia, el olor, el respirar amado
el
ser que cada tarde se entregaba y cedía…
Eran
los 18 años,
la
memoria levanta
los
lazos bohemios de la bufanda…
Bancos
de parque,
tus
nalgas claras en la luz-de-pecera del crepúsculo…
¡Oh
deseos! Embelesos nocturnos…
¡Cuántas
noches que no pude dormir, a fuerza de saciarme
con
ese ensueño que reemplaza al sueño!
Dolor,
amor, remordimiento, destinos, años nuestros,
¡la
misma nota vibra en distintos acentos!
Tu
corazón se aleja. Tu corazón, tu huella, grabada con la mía.
Juntos
en una sola sombra, mi voz, tu paso, las ansias y los cuerpos
la
sed desconocida…
Tú no
dirás “Fue él”, yo no diré “Fue ella”.
Telón
de olvido cubre nuestro mutuo temblor.
Tu
nombre y el amor corren en la lejanía de la sangre,
te
leo dulces versos…
Estoy
mirándome en esos profundos ojos negros,
¡Mi
abandonada! Eres otra vez mía.
Vuelvo
a pensar en ti. y te vuelvo a olvidar.
Te
entierro con la tierra de mi sueño perdido,
mientras
que continúo mi ingrato camino de pasar…
III
Y
también se perdieron los amigos,
ahora
en silencio todos, en la muerte, en la vida,
Rafael
Ramírez, prestamista, Noel Morales, el más tierno,
Carlos
Emilio, el de la voz-de-oro,
Atilano,
con una mesa de billar al fondo,
Y
Jairo con una ramita entre los dientes, desafiante,
que
fue el primero en sucumbir, partir…
¡Oh
compañeros! ¡Oh perdidos! ya no crecen conmigo,
desfilan
todos con sus pasos coronados de polvo,
Montan
como una guardia de tristeza,
los
rostros familiares que hoy dispersan, el último sueño u otro tedio,
mientras
yo continúo mi aislado camino de pasar…
IV
Polvo
oscuro del tiempo,
que
cae y cubre adentro de nosotros, y en torno.
¡Tiempo!
¡Tiempo! tú eres el segador.
Hoy
cada uno cargado con su propia existencia,
cómo
volver a ser los que éramos entonces, los otros,
ahora
que con todos, desdeñosa, habrá tanteado tantas veces la muerte,
el
sombrío estampido,
la
tolvanera que alzó el aroma amargo,
el
golpe de la ola negra,
el
manotón pirata de la vida… ¡La vida!
V
Un
día más, repites. ¿Y qué repites? ¿Qué futuro saludas?
transitando
perdidos, por el triste camino que va del no sabemos
hasta
el no imaginamos,
¡cuántas
cosas no fueron! ¡cuántas cosas perdimos!
Esos
actos que pudieron anular nuestros actos,
el
instante que arruinaba la obra lenta de meses,
los
misterios, el llanto…
La
adolescencia inquieta,
o con
el mínimo de cobardía que le fue permitido
a las
débiles fuerzas.
El
día con un vaho nuestro, como una copa llena,
la
sonrisa embebida en miedo de la hermana pequeña,
no
vienen a decirnos, aquí estamos, ¡Nos tienes!
En
todo ya morimos,
el
sol de los venados ya se disuelve en negro…
VI
Como
si solamente fuera verdad la lejania, verdadero el olvido,
alzo
la loza. Apago la luz viva de las cosas que fueron:
Amigos
que me esperan, mujeres que reaniman,
violetas…
Las pesadas corolas de los ceibos…
los
acentos de un arpa,
el
belfo del caballo, con su aliento,
como
flor de algodón entre la niebla…
El
arcoiris, del mar, el grito del sinsonte…
Un
olor de recuerdo, el buen aroma del cacao que subía en el aire de
“Balcanes”
el
glu-glu de una fuente.
Y
también algo más… algo más… algo imponderable…
y que
despliega un esplendor hoy cada vez más lejos,
algo
que ardía en la punta extrema más pura de mi vida
algo
como un secreto que no encuentro
algo
que no existía en ninguna parte,
que
no me dan ni el tiempo, ni el amor, ni el paisaje, ni el verso…
VII
Mi
hombro viudo se encorva y se arropa con frío
mi
hombro caminante
proyecta
una sola sombra en la cuesta que desciende…
En
vano acecho el desertado flanco,
el
costado vacío.
Ese
paso que resuena en la sombra largamente es el mío,
es el
pie de quien marcha a campo yermo, solitario, y no ve
más
que este caer de muros, de nombres… y de polvo…
(para Giovanni Quessep)
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