lunes, 25 de enero de 2016

MARIO RIVERO



  
Balada de las cosas perdidas



I

Lo primero que se perdió fue la infancia,
la infancia que corría con su pie ligerísimo,
la infancia agreste
la camada de tórtolas en aquel sauce viejo,
el verano mordido en las guayabas,
una cocina blanca,
y ese cuarto cerrado, “tal como esta cuando…”
y en donde, la incansable ceniza del tiempo
caía con ala lenta, mota a mota…

¿sigues estando allí, y ahora,
casa que ayer fue tutelar, fue nuestra?

Yo despertaba y veía a la madre,
prender la candela con manos agrietadas, por la intemperie diaria,
amasar la blancura de la harina,
cuando el desayuno estaba servido, nos llamaba,

Yo lentamente, me levantaba y me vestía…

Sollozos… labios cerrados…
el llanto en los rincones,
la pupila asombrada, huyendo de algo adulto,
ese disco de luz que parecía venir de alguien o algo…
¡Oh pureza! ¡Pureza!
tantas cosas he debido perder, de marcha, siempre,
donde se abría el camino…
Pero de la infancia, ¿qué diré de la infancia?
Te vas desdibujando, te imprecisas, te azulas…


II

Y hubo la pérdida del primer amor.
Postigo desaparecido
desde donde el amor y el miedo miraban con mil ojos.

Charlábamos bajo los balcones
sencilla abertura por donde derramaban
la fragancia, el olor, el respirar amado
el ser que cada tarde se entregaba y cedía…
Eran los 18 años,
la memoria levanta
los lazos bohemios de la bufanda…
Bancos de parque,
tus nalgas claras en la luz-de-pecera del crepúsculo…
¡Oh deseos! Embelesos nocturnos…
¡Cuántas noches que no pude dormir, a fuerza de saciarme
con ese ensueño que reemplaza al sueño!
Dolor, amor, remordimiento, destinos, años nuestros,
¡la misma nota vibra en distintos acentos!

Tu corazón se aleja. Tu corazón, tu huella, grabada con la mía.
Juntos en una sola sombra, mi voz,  tu paso, las ansias y los cuerpos
la sed desconocida…
Tú no dirás “Fue él”, yo no diré “Fue ella”.
Telón de olvido cubre nuestro mutuo temblor.
Tu nombre y el amor corren en la lejanía de la sangre,
te leo dulces versos…
Estoy mirándome en esos profundos ojos negros,
¡Mi abandonada! Eres otra vez mía.
Vuelvo a pensar en ti. y te vuelvo a olvidar.
Te entierro con la tierra de mi sueño perdido,
mientras que continúo mi ingrato camino de pasar…


III

Y también se perdieron los amigos,
ahora en silencio todos, en la muerte, en la vida,
Rafael Ramírez, prestamista, Noel Morales, el más tierno,
Carlos Emilio, el de la voz-de-oro,
Atilano, con una mesa de billar al fondo,
Y Jairo con una ramita entre los dientes, desafiante,
que fue el primero en sucumbir, partir…
¡Oh compañeros! ¡Oh perdidos! ya no crecen conmigo,
desfilan todos con sus pasos coronados de polvo,
Montan como una guardia de tristeza,
los rostros familiares que hoy dispersan, el último sueño u otro tedio,
mientras yo continúo mi aislado camino de pasar…


IV

Polvo oscuro del tiempo,
que cae y cubre adentro de nosotros, y en torno.
¡Tiempo! ¡Tiempo! tú eres el segador.
Hoy cada uno cargado con su propia existencia,
cómo volver a ser los que éramos entonces, los otros,
ahora que con todos, desdeñosa, habrá tanteado tantas veces la muerte,
el sombrío estampido,
la tolvanera que alzó el aroma amargo,
el golpe de la ola negra,
el manotón pirata de la vida… ¡La vida!


V

Un día más, repites. ¿Y qué repites? ¿Qué futuro saludas?
transitando perdidos, por el triste camino que va del no sabemos
hasta el no imaginamos,
¡cuántas cosas no fueron! ¡cuántas cosas perdimos!
Esos actos que pudieron anular nuestros actos,
el instante que arruinaba la obra lenta de meses,
los misterios, el llanto…
La adolescencia inquieta,
o con el mínimo de cobardía que le fue permitido
a las débiles fuerzas.
El día con un vaho nuestro, como una copa llena,
la sonrisa embebida en miedo de la hermana pequeña,
no vienen a decirnos, aquí estamos, ¡Nos tienes!
En todo ya morimos,
el sol de los venados ya se disuelve en negro…


VI

Como si solamente fuera verdad la lejania, verdadero el olvido,
alzo la loza. Apago la luz viva de las cosas que fueron:
Amigos que me esperan, mujeres que reaniman,
violetas… Las pesadas corolas de los ceibos…
los acentos de un arpa,
el belfo del caballo, con su aliento,
como flor de algodón entre la niebla…
El arcoiris, del mar, el grito del sinsonte…
Un olor de recuerdo, el buen aroma del cacao que subía en el aire de                                                                                                                               “Balcanes”
el glu-glu de una fuente.
Y también algo más… algo más… algo imponderable…
y que despliega un esplendor hoy cada vez más lejos,
algo que ardía en la punta extrema más pura de mi vida
algo como un secreto que no encuentro
algo que no existía en ninguna parte,
que no me dan ni el tiempo, ni el amor, ni el paisaje, ni el verso…


VII

Mi hombro viudo se encorva y se arropa con frío
mi hombro caminante
proyecta una sola sombra en la cuesta que desciende…
En vano acecho el desertado flanco,
el costado vacío.
Ese paso que resuena en la sombra largamente es el mío,
es el pie de quien marcha a campo yermo, solitario, y no ve
más que este caer de muros, de nombres… y de polvo…


(para Giovanni Quessep)



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