martes, 12 de enero de 2016

VIOLETA OROZCO



  
El sueño indeciso



Y entonces supe que le había pedido al mundo demasiado.
Le había pedido al mundo que cumpliera mis sueños
cuando mis sueños eran el mundo.
Le pedí al mundo que diera un paso hacia mí
pero yo no di un paso hacia el mundo.
El día en que lo hice,
él dio un paso hacia atrás
y todo se volvió arena movediza
tonel de errores,
noria de lágrimas,
el mundo
se apartó y quedaron los sueños
flotando afuera de él
fuera de mí
fuera de todo.
Quedaron los sueños sin casa
y sin mundo
y mi alma era una casa vacía
una sala de conciertos
en donde el silencio
se sentaba a escucharse
callar eternamente.
Yo era un cansancio sin sueños
y un sueño sin descanso.
Era el principio de la sed,
el agua amaneciendo al primer río.
Yo era el sonido
que tienen las calles
que no tienen tu nombre,
oh sueño
sueño que le diste
formas a las cosas,
arquitecto de lo deshabitado.
(y mi sueño, sin sed y sin sede
tomó vidas enteras para gestarse)
nació como duda en la cara de otros hombres
que no sabían si era miedo
o el principio de un deseo.
El sueño nació proscrito
como si nunca hubiera conocido paraíso.
Y era apenas una queja,
una zozobra tímida
asombrada de que los hombres
le posaran los ojos en el cuerpo.
Porque el sueño en ese entonces
no tenía cuerpo,
y nada de lo que tenía cuerpo se parecía al sueño
desnudo en un mundo de vestidos
el sueño cerraba los ojos para no ver a los que lo miraran.
Porque el sueño quería ser mundo,
quería ser agua
quería ser cuerpo,
por más que no fuera sino miedo
y dolor y deseo.
Odiaba a los hombres
y a la ruidosa solidez de sus realidades.
Los hombres y sus calles y mercados,
la vida, esa gran mercadería
de noches y destinos
con todos sus colores giratorios,
esa ronda agitada de pasos frenéticos
corriendo hacia el gran tragadero de la muerte.
La muerte,
esa bolsa henchida de sueños desinflados,
ese tiradero de mundos
donde el sueño
era apenas
una tentativa.



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