Credo
En la
noche con la luz apagada
es
más fácil mirar que creer en los ángeles.
Su
lejanía (si existe) es de palabras:
lo que se dice a solas
lo que en la lengua duele.
Algunos
son visibles todavía al final de la costa
—pero
poco después desaparecen (la distancia
se
vuelve una pupila);
tardos
buques nocturnos
que
dejan un silbido entre las manos:
mudanza
de uno mismo de ausencia
el
equipaje
por huesos flautas dulces
si alguien nos toca
ansioso.
—Si
acaso sucediera, imagino
el
naufragio del silencio.
Ángel
gárgola hostiles dos tan cerca
somos
cada palabra que decimos
porque
este nuestro amor se cae de cera ardiente
donde
Dios (solo Dios) pasa
despacio.
Hay
otra anunciación tras los ojos del ángel
la
última profecía de su ceguera:
la
tierra es más redonda por los ojos redondos
con
que la contemplamos y la hacemos girar con nuestros pasos.
No es
por la luz del sol ni del infierno:
es un
aceite impío azogue esperma que la voz estrangula.
Adónde
están los solos a quienes una
—solo
una— vez quisimos
ángeles
de un instante de un ala
terriblemente
quieta. Es la muerte el amor inalcanzable fuego
contraseña:
el silencio es el rojo cuchillo de los besos.
Quiero
no ser este animal que la humedad sostiene
entre
sus alas. La ballena suicida por cuyo aceite peleen los marineros.
Sea
el mar o ni siquiera la palabra que moja los rompientes.
Lejos
quedan los solos: los hombres desplumados.
Muy
lejos esas manos que buscan en un pozo
las
plumas del amor en que flotaban.
(De
otros amantes solos desnudos de zozobra
al
fondo de mi cuerpo su casa nos espera).
Lejísimos
los ojos de la vida
mirándonos
desde
cualquier espuma.
El
infierno también nace de un ojo y del aceite.
No
iré allá. Solo tomo su llama.
Bajo
un quinqué apagado veo lo que soy no añado no lamento
(pero
¿quién al mirarse no se quema?).
Busco
a los marineros que siempre me asustaron:
los
lobos están solos —son los solos.
Con
ellos dejaremos este mundo de cicatrices largas
la
rueda de la muerte y el dolor que da vueltas y naves y naufragios.
Nunca
más seré un lobo del océano porque yo creo en los ángeles.
Entre
la luz que pasa por la lluvia nos vemos
y nos
basta.
Con
su alma en media sombra
y la
tierra girando muy despacio.
Un
silencio más hondo que el cantar de los grillos
corre
por nuestras venas:
mi
sangre que en un árbol reencuentra sus raíces;
su
voz que de madera invicta habla del árbol.
No
todo lo que amamos se ha perdido si es que cantan los ángeles
con
sordos resoplidos de ballena.
Toda
la historia es falsa.
Solo
es cierto mi amor.
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