martes, 12 de enero de 2016

LUIS ARMENTA MALPICA




Credo



En la noche con la luz apagada
es más fácil mirar que creer en los ángeles.
Su lejanía (si existe) es de palabras:
                lo que se dice a solas
                lo que en la lengua duele.
Algunos son visibles todavía al final de la costa
—pero poco después desaparecen (la distancia
se vuelve una pupila);
tardos buques nocturnos
que dejan un silbido entre las manos:
mudanza de uno mismo de ausencia
el equipaje
                por huesos flautas dulces 
                si alguien nos toca
ansioso.
—Si acaso sucediera, imagino
el naufragio del silencio.

Ángel gárgola hostiles dos tan cerca
somos cada palabra que decimos
porque este nuestro amor se cae de cera ardiente
donde Dios (solo Dios) pasa
despacio.

Hay otra anunciación tras los ojos del ángel
la última profecía de su ceguera:
la tierra es más redonda por los ojos redondos
con que la contemplamos y la hacemos girar con nuestros pasos.

No es por la luz del sol ni del infierno:
es un aceite impío azogue esperma que la voz estrangula.

Adónde están los solos a quienes una
—solo una— vez quisimos
ángeles de un instante de un ala
terriblemente quieta. Es la muerte el amor inalcanzable fuego
contraseña: el silencio es el rojo cuchillo de los besos.

Quiero no ser este animal que la humedad sostiene
entre sus alas. La ballena suicida por cuyo aceite peleen los marineros.
Sea el mar o ni siquiera la palabra que moja los rompientes.

Lejos quedan los solos: los hombres desplumados.
Muy lejos esas manos que buscan en un pozo
las plumas del amor en que flotaban.

(De otros amantes solos desnudos de zozobra
al fondo de mi cuerpo su casa nos espera).
Lejísimos los ojos de la vida
mirándonos
desde cualquier espuma.
El infierno también nace de un ojo y del aceite.
No iré allá. Solo tomo su llama.
Bajo un quinqué apagado veo lo que soy no añado no lamento
(pero ¿quién al mirarse no se quema?).
Busco a los marineros que siempre me asustaron:
los lobos están solos —son los solos.
Con ellos dejaremos este mundo de cicatrices largas
la rueda de la muerte y el dolor que da vueltas y naves y naufragios.
Nunca más seré un lobo del océano porque yo creo en los ángeles.
Entre la luz que pasa por la lluvia nos vemos
y nos basta.
Con su alma en media sombra
y la tierra girando muy despacio.
Un silencio más hondo que el cantar de los grillos
corre por nuestras venas:
mi sangre que en un árbol reencuentra sus raíces;
su voz que de madera invicta habla del árbol.

No todo lo que amamos se ha perdido si es que cantan los ángeles
con sordos resoplidos de ballena.

Toda la historia es falsa.
Solo es cierto mi amor.




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