acabo
de morir,
y que
mi muerte
sirva
de grito hondo a mi garganta,
y que
me arda la sal de tanto tiempo
prendida
y afuegada.
acabo
de morir, y que mi muerte
se
empuje ronca y fuerte por mis manos,
que
la piel de mis venas se haga arterias,
que
se encrespe naciéndome en mi sangre.
la
muerte me llegó, así, de golpe
revoleándome
pieles ya gastadas,
naciéndome
en las ansias de anuevarme.
pobre
en mí, por mis surcos
me
levanta una aurora tambaleante;
por mis
pasos perdidos,
por
mi huella ingastable,
se me
encauza la muerte a garrotazos
volcándome
la vida.
¡vida
yo!
con
la aurora latiéndome en los pasos.
hoy
me llego hasta mí,
caída
en esta sal de no sé donde
ni
cuando, ni por que
toda
de heridas.
me
repta hasta mi siempre, entre todos
mis
siempres,
esta
oscuridad rara,
tan
extraña y vacía,
tan
ajena de mí, tan hondamente
mía;
enamorándome.
vengo
a decir que soy
y no
soy nada.
ya
todo se ha cansado de mí:
el
odio se ha cansado desde siempre,
el
amor se ha cansado desde ahora.
ya se
cansó la brisa largamente,
ya se
cansó la entrega,
ya se
canso mi cruz y mi cintura.
todo
es cansancio y nada.
la
oscuridad extraña desde todas
mis
venas, ajenamente mía...
enamorándome.
Homenaje al ombligo, 1966
, José María Lima y Ángela María Dávila
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