El conductor
Me
verás rodar
bulevar
arriba bulevar abajo
en el
coche más viejo y sucio de la ciudad
y
como crees saberlo todo
pensarás
que no llegaré muy lejos
en el
espacio ni en el tiempo
pero
nunca sospecharás
que
en el maletero llevo un cargamento alucinante:
sobre
hojas de helecho y flores de lavanda
mis
yoes muertos, preciosos,
oh,
sí, los esqueletos
de
los trece hombres que podría haber sido
amontonados
ahí detrás,
preciosos,
sí, y tenuemente fosforescentes.
De
vez en cuando
alguno
de ellos aún se atreve a hablarme:
Devuélvenos
a la vida, dicen,
Íbamos
a ser grandes, íbamos a ser gigantes,
dicen,
dicen.
Y su
aliento es polvo,
sus palabras
son polvo
y
revolotean como molestas polillas
hasta
mi sitio al volante.
Entonces
agitó la mano frente a mi cara
y
disperso el pasado,
y si
con eso no basta detengo el coche,
salgo,
abro el maletero y:
Silencio,
cabrones, les ordeno,
y me
convierto en nudillos
y
parto un par de huesos,
mato
un poco más lo muerto
y
sigo, sigo, sigo conduciendo,
rodando,
y
toco el claxon,
te
saludo con la mano
y te
dedico una sonrisa lunar
si te
veo paseando por la acera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario