martes, 18 de octubre de 2016

IVÁN ROJO

  


El conductor



Me verás rodar
bulevar arriba bulevar abajo
en el coche más viejo y sucio de la ciudad
y como crees saberlo todo
pensarás que no llegaré muy lejos
en el espacio ni en el tiempo
pero nunca sospecharás
que en el maletero llevo un cargamento alucinante:
sobre hojas de helecho y flores de lavanda
mis yoes muertos, preciosos,
oh, sí, los esqueletos
de los trece hombres que podría haber sido
amontonados ahí detrás,
preciosos, sí, y tenuemente fosforescentes.
De vez en cuando
alguno de ellos aún se atreve a hablarme:
Devuélvenos a la vida, dicen,
Íbamos a ser grandes, íbamos a ser gigantes,
dicen, dicen.
Y su aliento es polvo,
sus palabras son polvo
y revolotean como molestas polillas
hasta mi sitio al volante.
Entonces agitó la mano frente a mi cara
y disperso el pasado,
y si con eso no basta detengo el coche,
salgo, abro el maletero y:
Silencio, cabrones, les ordeno,
y me convierto en nudillos
y parto un par de huesos,
mato un poco más lo muerto
y sigo, sigo, sigo conduciendo,
rodando,
y toco el claxon,
te saludo con la mano
y te dedico una sonrisa lunar
si te veo paseando por la acera.


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