Los pies en la tierra
Intento
imaginar
los
primeros zapatos de mi padre.
¿Tuvieron
el color que surge
en la
corteza de los árboles
cuando
va a amanecer?
¿Sus
cordones fueron implacables,
como
aquellos que amarraron
la
leña de las haciendas vecinas,
que
él y sus hermanos
ansiaron
en los días lluviosos?
La
suela, ¿lo suficientemente gruesa
para
aplastar espinas?
El
tacón, ¿inamovible,
capaz
de entender un nuevo equilibrio?
Delgado,
sin duda, el camino de sus hilos
en
esta dimensión desconocida
por
unos pies descalzos.
¿Los
tomó de alguna estantería
o
salieron del corazón de un zapatero
directo
a sus pies?
¿Temió
gastarlos, a las cinco de la mañana,
para
arrear las vacas
de
los señores feudales de su infancia?
¿Los
llevó a la escuela en su jornada mixta
o al
vender melcochas
antes
y después de cada clase?
¿Alcanzó
los labios
de
alguna muchacha que pudo visitar,
por
fin, con los pies limpios?
Siempre
me conmovió
la
historia no contada
de
los zapatos de mi padre.
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