jueves, 16 de marzo de 2017

MIGUEL ÁNGEL FLORES




Umbral



Se levanta con pies de niebla,
Un viento de invierno cruza los recuerdos.
Es la hora crepuscular, se esfumó la edad ligera,
En exilio, los placeres vagan por los arrabales de la          
    memoria.

Dónde buscar la boca que se abrió incandescente.

De tu ciudad sólo queda un patio

Semanas de lento respirar, semanas de lamentos apagados.
La conciencia de ser una presencia agria.
Semanas de mirar fugazmente
La garganta alucinada del día.

De tu ciudad sólo queda un patio perdurable

Las maldiciones de la edad.
La agonía que ya no concede tregua,
La fiebre que palmo a palmo gana un cuerpo.
Apartamiento de olores y sabores,
Y al fin se cumple el día:
La invalidez y la condena,
Y tu pensamiento es un surtidor
De ebrios sueños.
No hubo hartura de vida.
El dorado cabello y el esbelto talle, ¿qué fin tuvieron?
A triste soledad condenado,
Sentidos despiertos y una vaga sensación de la aguja
    hipodérmica,
Los ojos fijos en el alba inmensidad de un cielo falso,
La larga soledad de ocultar el dolor íntimo
Y días que son presencia yerma.

Se adormece el cuerpo,
La conciencia que se evade
Y llega a un puerto que llaman destino,
Mejor morir en secreto,
Sin testigos que hagan recuento de miserias y de lástimas.
Ah, morir a la hora en que el día alcanza su clímax.
El silencio cae sobre ti y muestra un rostro
Que será fértil territorio de gusanos y de polvo.

De la ciudad deseada sólo recuerdas un patio
Adonde llegaban hombres con cargamentos de sueños
Que la dura vigilia emponzoñaba.
En la algarabía vespertina
Creíste adivinar la bendición de un cuerpo sin mácula.


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