Qué calamidad para un viejo combatiente
Qué
calamidad para un viejo combatiente.
Las
libélulas se hundían en la niebla
y los
colibríes no distinguían el color de las
lilas.
Las
frases de mi boca eran alegorías de una
extraña
conciencia
tal
si una sanguijuela succionara mi sangre
a
través de los capilares del cerebro
y
padeciera de las fobias del infierno.
Mis
extremidades se tornaban severas en
los
caminos pedregosos
o en
el pasaje hacia la ruina.
Las
mitocondrias se amotinaban entre las células
desfallecientes
de energías
y los
aminoácidos abandonaban sus proteínas.
Qué
calamidad para un viejo combatiente.
Había
que escabullirse de los enemigos del Islam
y de
los traficantes de pólvora.
Nos
asaltaba la duda sobre
la
arrogante moralidad de los virtuosos
o la
humilde apariencia de los legionarios.
Estaba
a las puertas de Tarsis
como
un extraño que se fascina con las
constelaciones
para
imaginar la habilidad de las Sibilas
con
sus predicciones minuciosas junto a la hoguera
y así
perpetuar mi aliento.
Qué
calamidad para un viejo combatiente
si
los mercenarios intentaban desangrar mi regreso
mientras
el fuego devoraba mis papeles.
Repito
en voz alta una oración de olvido
luego
maldigo con un conjuro inacabable y
niego
que haya renunciado a la utopía y a la
templanza.
Las
parábolas de mis labios eran verbos de una
gnosis
proscrita
sólo
cadenas ásperas que perturbaban
la
congoja de agonizantes y confusos
en
una tierra miserable entre sombras y
verdugos
Qué
calamidad para un viejo combatiente.
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