jueves, 11 de mayo de 2017

SERGIO BADILLA




Qué calamidad para un viejo combatiente



Qué calamidad para un viejo combatiente.
Las libélulas se hundían en la niebla
y los colibríes no distinguían el color de las
lilas.
Las frases de mi boca eran alegorías de una
extraña conciencia
tal si una sanguijuela succionara mi sangre
a través de los capilares del cerebro
y padeciera de las fobias del infierno.
Mis extremidades se tornaban severas en
los caminos pedregosos
o en el pasaje hacia la ruina.
Las mitocondrias se amotinaban entre las células
desfallecientes de energías
y los aminoácidos abandonaban sus proteínas.
Qué calamidad para un viejo combatiente.
Había que escabullirse de los enemigos del Islam
y de los traficantes de pólvora.
Nos asaltaba la duda sobre
la arrogante moralidad de los virtuosos
o la humilde apariencia de los legionarios.
Estaba a las puertas de Tarsis
como un extraño que se fascina con las
constelaciones
para imaginar la habilidad de las Sibilas
con sus predicciones minuciosas junto a la hoguera
y así perpetuar mi aliento.
Qué calamidad para un viejo combatiente
si los mercenarios intentaban desangrar mi regreso
mientras el fuego devoraba mis papeles.
Repito en voz alta una oración de olvido
luego maldigo con un conjuro inacabable y
niego que haya renunciado a la utopía y a la
templanza.
Las parábolas de mis labios eran verbos de una
gnosis proscrita
sólo cadenas ásperas que perturbaban
la congoja de agonizantes y confusos
en una tierra miserable entre sombras y
verdugos
Qué calamidad para un viejo combatiente.





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