jueves, 11 de mayo de 2017

EUGENIO MONTALE




Estancias



En vano busco el punto en que se movió
la sangre que te nutre, inacabable
repelerse de círculos más allá del breve
espacio de los días humanos,
que te dio la presencia en un tormento
de agonías que ignoras, viva en un pútrido
pantano de astro abisal, y ahora
es linfa que dibuja tus manos,
en el pulso te late inadvertida, el rostro
te inflama o decolora.

También la red menuda de tus nervios
recuerda levemente el viaje suyo
y si observo tus ojos, los consume
un fervor recubierto de un pasaje
turbulento de espuma que se espesa
o se rompe, y en el estruendo de las sienes
lo percibes diluyéndose en tu vida
como a veces se quiebra en el silencio
de una plaza dormida
un vuelo estrepitoso de palomas.

En ti converge, ignara, una aureola
de hilos; y alguno de ellos apareció
en otros: y hubo quien estremeció la noche
golpeado por un ala cándida en fuga,
y hubo quien descubrió larvas vagabundas
donde otro vio enjambres de muchachas
o entrevió, como rayo que se bifurca,
una arruga en la calma, y el embate
de las levas del mundo surgidas de un jirón
del azul lo cubrió, quejumbroso.

En ti vislumbro la última corola
de ceniza liviana que no dura,
en copos desplomada. Querida,
desquerida, ésa es tu índole.
Das en el blanco, lo atraviesas. ¡Oh el zumbido
del arco al distenderse, surco que ara
el oleaje y se cierra! Y ahora sube
la última burbuja. La condenación
acaso es la delirante, la amarga
oscuridad que cae sobre quien se queda.


De: Las ocasiones


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