miércoles, 10 de mayo de 2017

VÍCTOR SANDOVAL




Antes del diluvio



En la taberna de mi hermano
se jugaba a los dados
y se tomaba un vino alegre.

    Mi hermano era hombre de montaña,
nacido tierra adentro
y sólo una ilusión lo obsesionaba:
ver la luna de América en los puertos.

    Cuando tuvo su encuentro con el mar,
cuando llegó a la playa,
desnudo igual que un río
desde la selva;
cubierto de canciones
como los emigrantes;
se detuvo a esperar
a la luna de América.

    Pero mi hermano no vio nunca,
desde los puentes de los barcos,
esa luna redonda y deslumbrante,
porque añoraba su taberna
y regresó antes de zarpar.

    Amaba
el vino alegre de los traficantes
en reses y semillas
que juegan a los dados
y hacen el amor en sus camiones
a orilla de las carreteras.

    Extrañaba a los bravos bebedores
que lloran en el hombro como niños.
Amaba el trajinar del mediodía,
cuando las gentes salen de las fábricas
y llegan resoplando
ante los vasos de cerveza.

    Pero en recuerdo de aquel viaje,
en la taberna de mi hermano
hubo barcos pequeños
en botellas de ron
y paisajes marinos alumbrados
por la luna de América.


*

Se suelta el viento;
se agolondrina en los vestidos.
Sube por las torres golpeando
sus escudos.
Se suelta el viento
en efusión de orquídeas.
La luz brama en los árboles;
se eriza
la rosa de protesta
que hace un momento en la reunión de sombras
desbarató sus pétalos.
Delgado hasta la ira
el viento
desenreda presagios
como quien desvenda llagas
al pie del muro ensalitrado.


*

Me pongo mi dentadura
y mi anillo episcopal.
Marcho a bendecir y a perdonar pecados.
Humus, ratas y oropéndolas,
rayos del sol entre los ventanales,
piedra traspasada al mediodía
hasta transparentarla en cuarzo vivo.
Ésta es la casa del Señor
y yo su bienamado por los siglos de los siglos.
Viejo ceremonial, viejo cadáver,
a fuerza de perdonar faltas y pecados,
a fuerza de cargar culpas ajenas,
soy un pudridero,
una banderola rota.
La ciudad ha hecho de mí su estercolero.
Estoy viejo, viejo de tantas oraciones.
Ya tienen preparado mi túmulo morado,
mi hornacina, mi lápida de mármol:
—A nuestro Obispo bienamado
que nos prometió la gloria eterna.
Sus fieles agradecidos.


*

Duerma la virgen su pasión secreta.
Sueñe con su preñez la joven desposada.
Tal para cual, en el espejo,
el cornudo se adorne de laureles.

Tres veces ha cantado el gallo
para el amigo tránsfuga.
Dueños de la verdad, los conjurados
repiten en las bardas su anatema.

Oiga pasos de amor sobre el tejado
la viuda insatisfecha
que se extingue en su propia calentura,
en su veneno arácnido y nostálgico.

El agua se edifica,
se eleva del aljibe
y desciende doméstica.

Ya encuentran acomodo
los antiguos dolores,
se clavan, se difunden, aletean
en la jaula de huesos.

Para los desterrados
de rangos y fortuna
no haya sino descanso a medias;
sal en los ojos que en la madrugada
dejan el sueño;
no haya sino placer apresurado,
alcohólico jadeo,
hojas de té para empezar el día.

*

El Santo, Santo,
Santo Señor Dios de los ejércitos
ha dispuesto su muerte.
El cuerpo,
en donde las vigilias,
cilicios y abstinencias
pasaron como lluvia por tierra erosionada,
descansa ya de tantos sacrificios.

Las alas de los padrenuestros
se agitan en el aire.
Las ratas corren por el piso
con sus besos bubónicos.

—Ahí te pudres, garañón—
le dijo el vástago bastardo
y lo dejó con la agonía en los ojos.
No es posible ya que el agua vuelva al pozo,
una golondrina es el verano
y el hábito sí lleva al monje.
La extremaunción, es el azogue,
que escapa entre los dedos.

Ni una gota de llanto
que le alumbre los últimos instantes.
Tanta ruina y rencor
avanzan con la muerte.
Junto con las riquezas que el agio acrecentó,
la sola soledad acumulada.



De: Para empezar el día

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