¡Oh sol entre las aguas!
Tan lejos como la memoria adereza los múltiples
semblantes
del olvido;
Tan lejos como esta presencia femenina me embrujará en la
eternidad de su amor;
En la neblina de todo abismo,
En el aéreo esplendor de las rosas que dilatan mi gesto y mis
dominios.
Como un soplo, como los vientos en el ávido centro de la
llama,
Ella era el movimiento y la fuerza de mi vida,
Inefable amor en su delicia plenaria de mil ternuras y mil
violencias de tinieblas y de lluvia.
Ahora he franqueado las tres etapas de la noche;
Pero mi pasión devoradora vuela derecha en mi espíritu,
Vuela ardiente como un ruido de llamas en las soledades de
la noche.
¡Labios, vuestros labios, en el más dulce de los
conocimientos
Id más acelerados que las alas nocturnas del deseo.
Os sigo en este río de blancura, en el himno y en el impulso
de mi garganta desolada.
Palabra que te adormeces y demoras en los dédalos de mi
oído,
Palabra, aguza este grito de gracia dentro de mi, ayuda, al
fin a mi alma a erguirse en su deslumbradora eucaristía.
¡Mi alma, a través de este cuerpo de ceniza y de frío,
Como un nido de brasas en la mar, en el elixir de las sombras
y en el limpio cielo,
Se endereza a guisa de las trombas del mundo luminoso!
del olvido;
Tan lejos como esta presencia femenina me embrujará en la
eternidad de su amor;
En la neblina de todo abismo,
En el aéreo esplendor de las rosas que dilatan mi gesto y mis
dominios.
Como un soplo, como los vientos en el ávido centro de la
llama,
Ella era el movimiento y la fuerza de mi vida,
Inefable amor en su delicia plenaria de mil ternuras y mil
violencias de tinieblas y de lluvia.
Ahora he franqueado las tres etapas de la noche;
Pero mi pasión devoradora vuela derecha en mi espíritu,
Vuela ardiente como un ruido de llamas en las soledades de
la noche.
¡Labios, vuestros labios, en el más dulce de los
conocimientos
Id más acelerados que las alas nocturnas del deseo.
Os sigo en este río de blancura, en el himno y en el impulso
de mi garganta desolada.
Palabra que te adormeces y demoras en los dédalos de mi
oído,
Palabra, aguza este grito de gracia dentro de mi, ayuda, al
fin a mi alma a erguirse en su deslumbradora eucaristía.
¡Mi alma, a través de este cuerpo de ceniza y de frío,
Como un nido de brasas en la mar, en el elixir de las sombras
y en el limpio cielo,
Se endereza a guisa de las trombas del mundo luminoso!
Visión, ¿serás tan sólo vana, visión de bruma, lágrimas
y
seda?
Me hechizarás, sin embargo,
Bella esposa, en la plenitud de tu clima.
La luna moja tu cristal de transparencia.
La luna a tus plantas resuena en la fulgencia y el frescor
envolvente de los valles.
Un ángel despunta en el éxtasis, un ángel que se nombra en
las inflexiones de tu voz.
Dulce y lejana, permíteme como antes respirar —y como en
aire en las pulpas y los cálices de la primavera— como
antes respirar tu cuerpo de gloria, extraño eco de las
flores en mis años.
Te inclinas, magnificente Señor de las instilantes soledades,
desciendes y me visitas.
Perseverancia del canto, perseverancia de nuestra vida en
los jardines.
Recordadme, hojas lucientes, en el raudal de las aguas,
líquidas claridades, hijas del viento y del vértigo, que
arremolináis la piel de sus pechos,
Pechos, voraz aliento de amor, de esta reina esplendente en
sus jardines.
Familiares formas en las avenidas,
Formas acabadas que murmuráis a semejanza de los encajes
de arena y humo,
Aspiro a vosotros y la carne se dilata en la ansiedad del
dolor.
Profundamente os vigilo y llamo en el rocío nocturno y en la
febril humedad del párpado.
En otra parte el viento chasquea con su afligida vela.
¡Esta vela que cruje iracunda como la galena en la roja
entraña de los montes!
Elemento de crueldad en tu cólera de ángel adorado, ¿me
abandonarás en la pérfida sal de la tormenta?; ¿habré de
verme cotidianamente asaltado por esta larva de tristeza
y de duelo?
¡No! Mil giros de inteligencia, mil giros y reverencias
auxiliadoras me sostienen y este suspiro profundo poco a
poco me libera. .
seda?
Me hechizarás, sin embargo,
Bella esposa, en la plenitud de tu clima.
La luna moja tu cristal de transparencia.
La luna a tus plantas resuena en la fulgencia y el frescor
envolvente de los valles.
Un ángel despunta en el éxtasis, un ángel que se nombra en
las inflexiones de tu voz.
Dulce y lejana, permíteme como antes respirar —y como en
aire en las pulpas y los cálices de la primavera— como
antes respirar tu cuerpo de gloria, extraño eco de las
flores en mis años.
Te inclinas, magnificente Señor de las instilantes soledades,
desciendes y me visitas.
Perseverancia del canto, perseverancia de nuestra vida en
los jardines.
Recordadme, hojas lucientes, en el raudal de las aguas,
líquidas claridades, hijas del viento y del vértigo, que
arremolináis la piel de sus pechos,
Pechos, voraz aliento de amor, de esta reina esplendente en
sus jardines.
Familiares formas en las avenidas,
Formas acabadas que murmuráis a semejanza de los encajes
de arena y humo,
Aspiro a vosotros y la carne se dilata en la ansiedad del
dolor.
Profundamente os vigilo y llamo en el rocío nocturno y en la
febril humedad del párpado.
En otra parte el viento chasquea con su afligida vela.
¡Esta vela que cruje iracunda como la galena en la roja
entraña de los montes!
Elemento de crueldad en tu cólera de ángel adorado, ¿me
abandonarás en la pérfida sal de la tormenta?; ¿habré de
verme cotidianamente asaltado por esta larva de tristeza
y de duelo?
¡No! Mil giros de inteligencia, mil giros y reverencias
auxiliadoras me sostienen y este suspiro profundo poco a
poco me libera. .
¡Arrobamiento! ¡Arrobamiento!
Vosotros, perfumadas maderas, habéis muchas veces
alegrado la mirada de un taciturno príncipe.
Vosotros artesonáis una alta y sonámbula floresta, alta y
solitaria floresta de miel sonora, donde tú amabas, mi
extraña esposa, nutrirte del sombrío invierno.
Magna floresta,
Dime el júbilo del río que se restituye en sus bajeles a las
alturas de los cielos.
Verde onda de la tierra,
Floresta en el cristalino silencio de los ojos,
¿Se abre tu ala regocijada, a través de la lluvia, en la estela
de las arenas y de los manantiales?
¡Oh sol entre las aguas!
El águila me anuncia en el dintel de su relámpago, un clamor
de campanas en el plumaje de los pájaros
A medida que avanzo a merced de los astros, el paisaje se
dibuja y se ramifica.
A través del espacio que destella las luces del día,
Amorosa amiga, resuenan tus venas y los grandes ojos por
el latido de los glaciares y las fuentes.
Ataviado de un sueño, señor de su deseo orgulloso, se
aventura en la estación un hombre.
Que pueda su corazón, perpetuándose en la infancia
umbelífera de los cielos, que pueda anchamente dilatarse
en la espera del embeleso,
¡Porque te abrasas por ese hombre, exigente esposa, con
una insaciable llama, impar en su inmovilidad!
Vosotros, perfumadas maderas, habéis muchas veces
alegrado la mirada de un taciturno príncipe.
Vosotros artesonáis una alta y sonámbula floresta, alta y
solitaria floresta de miel sonora, donde tú amabas, mi
extraña esposa, nutrirte del sombrío invierno.
Magna floresta,
Dime el júbilo del río que se restituye en sus bajeles a las
alturas de los cielos.
Verde onda de la tierra,
Floresta en el cristalino silencio de los ojos,
¿Se abre tu ala regocijada, a través de la lluvia, en la estela
de las arenas y de los manantiales?
¡Oh sol entre las aguas!
El águila me anuncia en el dintel de su relámpago, un clamor
de campanas en el plumaje de los pájaros
A medida que avanzo a merced de los astros, el paisaje se
dibuja y se ramifica.
A través del espacio que destella las luces del día,
Amorosa amiga, resuenan tus venas y los grandes ojos por
el latido de los glaciares y las fuentes.
Ataviado de un sueño, señor de su deseo orgulloso, se
aventura en la estación un hombre.
Que pueda su corazón, perpetuándose en la infancia
umbelífera de los cielos, que pueda anchamente dilatarse
en la espera del embeleso,
¡Porque te abrasas por ese hombre, exigente esposa, con
una insaciable llama, impar en su inmovilidad!
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