Requiem para un pájaro azul
Cierto
día Neruda
apareció
con un gorrión entre los dientes.
Aurelia
se puso como loca.
Así que
intervine,
entre
la humanidad
bien
intencionada de mi mujer
y el
instinto indomable
del
felino macabro.
Se
escuchaban alaridos, gruñidos y escobazos,
que al
final terminé recibiendo
también
yo.
—!Si
sos poeta, defendé al pájaro!— dijo Aurelia,
como
último recurso.
—!Andá
y buscá a Garcín en otro lado
y dejá
al animal en paz!— dije,
la
palabra “paz”
fue un
martillazo,
fin de
la discusión:
La
noche es la patria de los gatos,
el
silencio
y la
soledad
son sus
mejores estrategias.
La
exactitud
de su poesía
se
agudiza
en el
filo de sus garras
y en la
frialdad de sus pupilas.
Millones
de años
refinaron
a este felino
en el
calculado arte de cazar,
su vida
y su belleza
está
diametralmente en concordancia
a las
muertes que,
en un
acto de acrobacia letal,
ocasiona
como un crimen perfecto.
El gato
continuó gruñendo,
agazapado
con su presa entre los colmillos,
de la
cual devoró sólo la cabeza
y dejó
el resto
del
cuerpecito emplumado,
como
una ofrenda,
para
disputar
entre
Aurelia y yo.
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