Corva
Corva
hacia el suelo la sonrisa,
cortejo
de la máscara legañosa,
la
locura y su ondulante fama
y yo,
pesarosa,
me
pongo la tarde a mi espalda.
Y
espero el aire con ansiedad
tan
sucia y desterrada,
¡Mala
vida lleva! Qué banalidad,
recorrer
con la mirada
los
crujidos de mis pasos.
Y no
saber si pienso, vivo o sueño,
y no
querer cambiar
con
cumplimientos de gloria abnegada,
a
aquella que maldigo en el espejo.
Corva
hacia el suelo mi espalda,
gritando
a voz helada,
temblorosa
y conocida,
que la
compleja lejanía
que
divide mi vida de mi cortejo
(el
fúnebre, el feliz),
es el
discurso recurrente
de toda
melancólica y absurda como yo.
Corva
hacia el cielo mi mano,
la
derecha, con la que esfumo
en
papeles los sueños,
con la
que toco mi cara
y
consumo un cigarro,
la mano
nacida para conseguir
no
pisar la hora mala,
la de
la vencida risa,
la del amor
anillada.
Y si
además los juegos del amor son corvos,
los
nombres inciertos,
y los
estilos del saber estar
atentos
y decorosos,
que mi
alma permanezca inalterable
ya es
un perfecto logro.
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