El llanto del tigre
No sé
cuanto tiempo llevo
tu
imagen adherida a mi silencio
y mis
manos que se tienden a la sombra
crujen
con la noche como apagado grito.
Pues tu
cuerpo, en su humedad portuaria
en su
noche precisa del verano
me es
ajeno, y no hay nada más triste
que el
fuego apagado porque sí
aunque
siempre me aleje entre temblores
y
sienta la sangre como el agua
que ya
se agota entre el vapor del té que ahora preparo.
Y es
grato verte, en días obsequiados por azares
que no
merezco y necesito, para despertar
entre
la calle y tu cuerpo que camina
en un
misterio de sorpresa y llanto.
Pero
algún día la noche será notable por tu risa
y tu
pecho dispuesto a las ventanas
cuando
te mire en todos los cristales;
no sólo
el fortuito abrazo del amigo
que
agazapa el deseo como un tigre domado
(aunque
adentro la voz es tan intensa…)
pero
alguna vez la noche será el día
en que
vengas a mi cuarto y me llenes
los
labios de un licor tibio. Ya veo tu cuerpo:
un oro
fulgiendo entre el eclipse
de los
brazos y el rubor breve
que
acompaña a los delirios.
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