Tras el muro
en el inmenso espejo
de su luna
y un prado de agua
gris
le incendia la
mirada.
Irene Duch Gary.
La
noche residual se asienta;
trasiega
un prado inmenso.
Garza
madre
la luna
estiba los ecos,
desvelos
de infinito en la humedad.
Ensalivada
de ausencia,
la
consigna del silencio
inunda
el espejo gris del aire.
Se
astilla la soledad
en cada
resplandor de incendio.
Tras el
muro
escarba
el tiempo una mancha,
grito
despeñado en el umbral.
No hay
colinas en el sitio.
Remolinos
sin barreras
El paso
de la noche arrastra las pupilas
En los
surcos clandestinos del rencor.
Hojas
de lluvia,
rescoldos
de puño y sangre
naufragados
ensombrecen
la quietud.
Brota
en carne el dolor.
Es un
cuchillo en la herida del porvenir,
alarido
que revienta
en la
oquedad limpia de la sien.
Se
quiere ser un relámpago,
cincel
de muro y sombra que escudriñe
como el
látigo
y
desgarre con su yesca
el
tiempo y la soledad.
Y esta
larva de futuro
-inflorescencia-
esta
certeza de niños,
pueblo
desatado,
se me
quiebra en el silencio más fugaz.
Dispara
el corazón la antorcha.
Garza
madre
la luna
estiba sus lienzos,
como
gritos,
espejos
incendiados de la voz.
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