Sin título
A las
nueve en punto de la noche, encierro la voz en un cántaro.
Al
apagar la luz, entre la esquina del dormitorio,
hay un
cristalino bullicio de ti surgiendo medio serio,
medio
atolondrado;
pero
abro bien los ojos
y
únicamente está la silla cercana a la puerta que da al baño,
con algo
de ropa encima de ella y un pequeño libro que olvidaste
-y del
que me he apoderado para condicionar tu regreso-,
el
sendero que dejaste hacia la calle,
la
ceniza en el piso, en el buró, en el amoroso desorden
de este
maldito cuarto hambriento de ti.
Con esa
puntualidad inquebrantable,
el
reloj me observa ciclopédeo, mitológico
y a
las nueve de la noche
justo al
apagar la luz, entre la esquina del dormitorio…
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