viernes, 5 de octubre de 2018

HORACIO ESPINOSA ALTAMIRANO





Dos de octubre



A las seis de la tarde es hora de cadáveres,
nada sino cartílago en los dedos.
La piedra comunica, está erizada,
hinchada por zarpazos de la sangre
y se torna mandíbula, burbuja de hemorragias,
ávida lengua que succiona y los adoratorios
exhiben su racimo de muertos, su ración de holocausto
alzándose en proceso triturado
y cada noche hay vértebras, estallido de vísceras:
gelatina de sesos que hierve con asfixia y jadeo.

¿Cómo pueden los hombres vivir sin perturbarse,
cruzar esta explanada sin oír los lamentos?
¿Cómo puede la yerba fundarse en su aspereza,
crecer sin ser sudario,
herida con vertiente de relámpagos rojos?
Hay cosas que existen desde entonces y no entiendo:
hablo de lo pasivo, del esfuerzo terrible
de ahuyentar a los muertos;

hablo de la mordaza en la sal del océano
para romper su terquedad untada a cada muro,
ceñida en los peldaños:
zurcida al edificio y a la iglesia.

Porque la luz se agrieta al mirar esta plaza
y el Sol escarba y brama obligado a embestir un catafalco
y no hay fuerza capaz de darle sepultura,
ni palanca o espalda
que lo lleve a la fosa.
(Carros blindados, tanquetas del ejército
patrullan Tlatelolco:
La tensión hace zumbar el aire.
Cuatro bengalas verdes abren el hocico de fusiles
y ametralladoras:
disparan sobre todo movimiento.)

El crimen no se ovilla, es iracundo,
tiene extenso ramaje de sentencias:
La sangre es inmortal y no se evade
y es imposible hurtarle sus reclamos.

Como lengua de áspid fue la señal con luces de bengala
y el cielo se trizó, se hizo añicos
para cientos de manos que intentan abrazar la existencia,
para cientos de ojos que absorben el espanto.
Fue combate de carne contra acero,
el sabor de la muerte revertiendo, izándose con iras y
fantasmas, entre bostezos por beber la vida.
Fue un eructo de verdes antropófagos,
de excremento blindado y drogadictos
amamantados con asesinatos de férrea impunidad.

(Ruido de estoperoles contra el pavimento.
— ¡Estoy herido!
— ¡Déjenme salir! ¡Quiero salir!
— ¡Aquí hay un niño muerto!
Arde un edificio. La gente está de horror despavorida:
Tlatelolco es madeja de lamentos: tejido de estertores.)
Piedra de sacrificios colectiva,
cadalso ingente de la muerte
anónima que yergue su invisible monumento.
Pisar es hundirse en los despojos,
en el harapo y musgo de los sesos.
Centímetro a centímetro interrogo el rostro de la angustia.
el último resquicio de esperanza que cayó cercenado.
(El fuego se propaga y el saqueo.
Hay descarga expansiva: falanges de colmillo y bayonetas.)
¿Dónde quedó del trueno su redoble?
¿Dónde la carne humeante y sus despojos?
¿De qué mar se incorporan estos muertos
con un quejido de diluvio humano?
Dos de octubre de trampa a quemarropa
e irrupción de simiescos guantes blancos.
No soy cuando me cercan estos muertos:
no hablo porque buscan expresarse.

Transcurro por los hornos crematorios
y la salobre sábana marina;
camino por el túnel de la muerte
deletreando su áspera epidermis,
el duelo familiar, la casa viuda,
el espesor del hombre que reúne las sílabas del llanto.
(Sin sirenas ni luces treinta ambulancias
entran y salen del Campo Militar Número Uno:
Se ignora a dónde van, de qué salen cargadas,
pero en los cristales traseros se ven zapatos oscilar:
zapatos en los que se inicia la muerte.)
¿Este muro de sangre dará asilo a la vida,
segará el vendaval de indiferencia?
Yo soy sobreviviente de estos muertos
y por mi lengua quieren levantarse,
asirse a los peldaños del oxígeno.
Es terrible un pueblo que no entiende dónde están
ni quienes son sus héroes.
Es mortal si con silencio colabora
al crimen del espíritu y la sangre
y más aún si ignora los cadáveres
y los befa y los niega con escarnio.
La escalinata avanza y se transforma en ola y barricada,
contagia el corazón con su argamasa:
habla idioma de horror cristalizado.
Aquí de la escultura anticipada,
del vagido espontáneo de la flama, somos testigos.
Están en catarata de silencio erguidos y expectantes:
la muerte los fundió en un estruendo.
Todos los huesos en un largo friso
y estaremos proscritos mientras no alcemos allí
los corazones que ahoguen la injusticia.
Yo enarbolo en el bronce la hosca jerarquía
de un tiempo degollado,
enfrento al exterminio un coro de águilas,
porque hay otra vida en vuestra muerte
y no hay descanso mientras se levanta el mundo
a la estatura de los héroes.




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