domingo, 18 de noviembre de 2018

YOLANDA ARROYO





no fui a recoger a mi hijo



no fui a recoger a mi hijo
como en el kínder
luego de hacer su lonchera
o a su espera en el merendero
velando que nadie lo molestara
cual primigenio padre ansioso
que necesita estar al frente de la verja
para verlo salir a salvo
estar ahí por si lo enfrenta un coloso
que lo hará llorar
que se burlará de sus músculos débiles
o de su vocecita de niña

no fui a reclamar a mi hijo
como cuando lo visitaba en el camerino
de su primera obra de teatro
o por su estreno en el cuerpo de bailarines
sabiendo que sufría
disimulando entre la canasta de frutas
alguna rosa escondida por su madre
aquellas que solo él disfrutaba en secreto
para evitar el acoso
la frustración
los miramientos y la humillación tosca
de tantos desentendidos

no fui a identificar a mi hijo
como en el desfile de la primera comunión
encubriendo su amistad con algún monaguillo
ocultando sus vestimentas coloridas
la maleta de maquillaje estrambótico
las pelucas, los sombreros y las estolas
las lentejuelas y los tacones en piel

no fui a cargar a mi hijo muerto
cual escultórica Pietà de Vaticano
no me atreví
no fui a su cuerpo
no fui a su rostro
ni a sus pestañas llorosas ante el dolor de los disparos
no fui a sus brazos temblorosos en la ausencia de mi bendición
ni al hueco de cuello moribundo
al que le falta mi corona de flores
no vi sus labios pronunciando un lamento
no recité junto a su oreja el ángel de la guarda
no dije amén con él
no me retorcí ante su falta de pulso
ante su pestañear agónico
frente a su ultimo respiro
no quise estar ahí
no lo busqué en la morgue
no lo saqué de aquella nevera morada
no lo recogí para besar su frente
no lo enterré
tiene culpa la vergüenza
tiene culpa  aquella discoteca
tiene culpa el asesino
tengo culpa yo
y en el fondo
no fui por el deseo de pensarlo aún vivo…



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