Ciertas herencias
Ella
acaricia sus herencias inofensivas, sedosas como una piel: una almohada de
terciopelo donde la oración de las abuelas se arrodillaba, una trenza roja que
vivió en una cabeza de quince años, insolente como una carcajada en el lugar de
los muertos, un mantón de Manila que las antepasadas se ponían para cantar. Y
la almohada se corre bruscamente para mostrar un pozo desconocido bajo la
rótula, y la trenza le rodea el cuello, mordiéndola como una boca de amante, y
el mantón la envuelve y se la lleva, enseñándole alas para salir al mundo.
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