Quinta tribulación: 8 de junio
Hay una
orilla que me sirve de banca,
un
pequeño muro de contención de un puente a ras del suelo
donde
me siento a esperar el transporte
que me
llevará a casa.
Diariamente
camino un par de kilómetros cuesta abajo
desde
la oficina al parabús,
mientras
un valle y sus cerros distantes me observan;
y sólo
esta carretera, que no se detiene,
que
resulta insoportable sin uno o varios cigarros,
irrumpe
con violencia el paisaje y el camino
de las
abejas, los nopales, el tezontle,
las
serpientes.
Cada
día mientras espero sentado, con el sol a mis espaldas,
encima
de ese canal (seco) de aguas negras,
regresa
aquel sentimiento
parecido
a la desolación, pero que es otra cosa,
y sólo
ocurre en esa esquina…
¿Cuantos
sitios más,
en la
ciudad, en el mundo,
—la
banca de un parque, algún semáforo,
el
farol de una plaza a cierta hora del día—
latirán
con esa misma vibración
que
borra al resto de las personas y me lleva
con un
pequeño salto
al
porvenir?
Me
pregunto si así va a sentirse
el
corazón, como ese valle muerto,
como
esa esquina del puente poco antes del crepúsculo,
cuando
el último hombre pise esta Tierra
el día
de Tu juicio.
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