lunes, 25 de febrero de 2019

RAFAEL TIBURCIO GARCÍA


  


Gran tribulación: 9 de diciembre



¿Recuerdas aquellos años
cuando separaba las ramas del abeto
y acompañaba a mi madre al mercado
para comprar el musgo con las indígenas sobre el piso;
cuando me acercaba a esa figura de porcelana
y entre los niños la arrullábamos antes de llevarla al nacimiento;
cuando la familia se reunía porque tu hijo había nacido
una vez más en la Tierra?

¿Lo recuerdas, Padre,
cuando alzaba la mirada para verte junto al sol
y te preguntaba, entre lágrimas, por qué los centuriones
daban latigazos a tu hijo mientras cargaba la cruz;
cuando mi alma se sentía abandonada, después de las tres de la tarde,
porque el mundo se quedaba a merced de los demonios;
y cuando, tras la misa de media noche,
celebraba la resurrección?

Esos días, Padre, no vuelven,
como no vuelve la culpa por olvidar las oraciones
o el deseo de disolver una ostia en la boca;
se fue el hábito de calmar la angustia con un salmo
o de hablarte por las noches, imaginando que escuchabas.

Creí que el mundo sería mejor así:
sin reclamarte cada vez que la maldad se apoderaba de todo.

Por eso ahora que mis hijos caminan sin temer tu ira,
sin alzar la cabeza buscando aprobación,
o respuestas a la enfermedad y la muerte,
una parte de mí sabe que los traicionó,
pues caminan sin conocer esperanza alguna
y como a ti, no la necesitan.


No hay comentarios:

Publicar un comentario