domingo, 23 de junio de 2019

MARISA MARTÍNEZ PÉRSICO





Marina Tsvataeva pide trabajar de lavaplatos



La poeta acaricia las costuras
de sus versos antiguos.
Parábolas, signos, planetas, campanarios.
Las estrellas violeta de su casa en Tarusa.
Recuerda que supo ser feliz
allí donde ahora toca
follajes mutilados de luz,
endechas mariposas que traspasan
el aire con muletas.

“Pido empleo en el comedor de Litfond que va a abrirse”

Aprendió que el apego
es un asunto de tiempo:
hace falta invertir tanta vida con alguien,
corroerse despacio en el reposo,
en la obtusa tubería de los años,
y ya no tiene días
ni ganas
ni fuerzas suficientes.

Una hermana.    En un campo.    De Siberia.
Una hija.     Que aborta.    En una plaza.

Se acostumbró a esperar el alba entre los dedos
contando fuselajes desde el techo para medir el hambre.
A canjear pertenencias por comida.
A ser invierno
en medio del verano.

“Que no me entierren viva”
“Que mi hijo, el aviador de cometas, no me piense”

Ya le es indiferente
dónde sentirse sola.



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