Marina Tsvataeva pide trabajar de
lavaplatos
La
poeta acaricia las costuras
de
sus versos antiguos.
Parábolas,
signos, planetas, campanarios.
Las
estrellas violeta de su casa en Tarusa.
Recuerda
que supo ser feliz
allí
donde ahora toca
follajes
mutilados de luz,
endechas
mariposas que traspasan
el
aire con muletas.
“Pido
empleo en el comedor de Litfond que va a abrirse”
Aprendió
que el apego
es
un asunto de tiempo:
hace
falta invertir tanta vida con alguien,
corroerse
despacio en el reposo,
en
la obtusa tubería de los años,
y
ya no tiene días
ni
ganas
ni
fuerzas suficientes.
Una
hermana. En un campo. De Siberia.
Una
hija. Que aborta. En una plaza.
Se
acostumbró a esperar el alba entre los dedos
contando
fuselajes desde el techo para medir el hambre.
A
canjear pertenencias por comida.
A
ser invierno
en
medio del verano.
“Que
no me entierren viva”
“Que
mi hijo, el aviador de cometas, no me piense”
Ya
le es indiferente
dónde
sentirse sola.
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