martes, 16 de julio de 2019

PABLO ALDACO





Qué fuésemos sin aves



Sin languidecer, el pájaro del día sobrevuela naturalmente los edificios que le sirven de aposento. Con un ánimo alegre y transparente, no se da tiempo para caer o ver el suelo que le asedia. En cambio, se da a la tarea de buscar refugios acordes a esa estancia que busca todo el tiempo.

Sin la existencia del ave, el ser humano fuese poca cosa. Aunque pasemos distraídos por las avenidas llenas de polvo y gente enferma de ciudad, nuestro respiro siempre va encaminado a la espiritualidad; a la magia que negamos por miedo al cielo, a las alturas dominantes.

Plantémosle a nuestro ser nuestra existencia sin aves. ¿Qué sería de la imaginación sin el recurso del aire? ¿Quién lo volaría? ¿Qué sería del idealismo, por siempre vivo en nuestras almas de ciudad, de campo o pueblo? Pese a negarlo, el concepto natural no muere fácil. Vive, aunque escondido, hasta en las almas descreídas. Es imposible desatar los lazos con el cielo.




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