Qué fuésemos sin aves
Sin
languidecer, el pájaro del día sobrevuela naturalmente los edificios que le
sirven de aposento. Con un ánimo alegre y transparente, no se da tiempo para
caer o ver el suelo que le asedia. En cambio, se da a la tarea de buscar
refugios acordes a esa estancia que busca todo el tiempo.
Sin
la existencia del ave, el ser humano fuese poca cosa. Aunque pasemos distraídos
por las avenidas llenas de polvo y gente enferma de ciudad, nuestro respiro
siempre va encaminado a la espiritualidad; a la magia que negamos por miedo al
cielo, a las alturas dominantes.
Plantémosle
a nuestro ser nuestra existencia sin aves. ¿Qué sería de la imaginación sin el
recurso del aire? ¿Quién lo volaría? ¿Qué sería del idealismo, por siempre vivo
en nuestras almas de ciudad, de campo o pueblo? Pese a negarlo, el concepto
natural no muere fácil. Vive, aunque escondido, hasta en las almas descreídas.
Es imposible desatar los lazos con el cielo.
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