"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
sábado, 31 de agosto de 2019
EDUARDO MITRE
10
Memoria del vértigo:
hacia adentro el quejido
y tus ojos abiertos
enceguecidos.
De: “Húmeda llama”
MARÍA ELOY-GARCÍA
Enfermedad
el
virus toma entonces las riendas
de mi maquinaria
es obvio que me ha reconocido
que entre otros mi envoltorio proteico
es engullible
hace cientos de copias de sí mismo
estallan a la madre
me hacen huésped
y ciudad de su gobierno
se autodeterminan
bajo mi tímida estructura
su nacionalismo no encuentra límites
a todas mis células
me marcan por fin con el estigma
de su envoltura-icosaedro
y cuando me tienen sin tiempo
parasitan y comercian mi descuido
soy la sometida desde entonces
al desorden del que nunca puede irse
De: “Metafísica del trapo”
de mi maquinaria
es obvio que me ha reconocido
que entre otros mi envoltorio proteico
es engullible
hace cientos de copias de sí mismo
estallan a la madre
me hacen huésped
y ciudad de su gobierno
se autodeterminan
bajo mi tímida estructura
su nacionalismo no encuentra límites
a todas mis células
me marcan por fin con el estigma
de su envoltura-icosaedro
y cuando me tienen sin tiempo
parasitan y comercian mi descuido
soy la sometida desde entonces
al desorden del que nunca puede irse
De: “Metafísica del trapo”
MARCOS RAFAEL BLANCO BELMONTE
La bajada del calvario
Por
los caminos de la Amargura
(piedras
de sangre, polvo de llanto)
por
el sendero de los
dolores
largos, muy largos...,
sin
un gemido, sin un sollozo
vuelve
la Madre desde el Calvario.
Toda
silencio. Mortal silencio
sella
sus labios;
la
frente inclina con el agobio
de
su quebranto,
y
en lo más hondo del alma-cielo
lleva
la imagen del Hijo amado.
Y
ella lo ha visto sufrir la befa
del
populacho...
y
era la carne de sus entrañas
la
que en el leño miró sangrando...
Y
así le duelen en las entrañas
los
martillazos...
Y
así agoniza... Que su Hijo ha muerto
crucificado.
La
Madre avanza por el camino
(piedras
de sangre, polvo de llanto),
y
temblorosa baja el sendero
por
Jesucristo santificado...
Y
entre las huellas busca la huella
de
aquellos pasos
que
abrieron surcos de luz divina
mientras
el Mártir, agonizando
se
desplomaba bajo el madero
y
con la angustia del fin cercano,
llora
la Madre cuando desciende
desde
el Calvario...
Para
su pena no existe olvido,
tregua
ni bálsamo...
Y
si remembra la dulce infancia
del
Adorado,
y
si memora su hogar dichoso,
y
si recuerda los tiernos brazos
que
de su cuello fueron caricia...
tiembla
en congoja de fiero espanto.
Porque
su Niño, siendo inocente,
sufrió
el castigo de los malvados;
porque
está rota su santa vida;
porque
sus brazos
ya
no se mueven, ya no bendicen,
y
ya no siembran sin un descanso
el
pan sublime de las verdades
que
lo divino puso en lo humano.
Sin
un sollozo, sin un gemido,
baja
la Madre desde el Calvario...
En
lo más puro de sus entrañas,
la
cruz del Mártir se le ha clavado;
y
en lo más hondo de sus pupilas
y
en su recuerdo lleva sangrado
la
cruz del Hijo,
del
Bienamado,
que
de la vida pasó a la muerte
con
la sonrisa siempre en los labios.
Y
cuando baja la Dolorosa
(mustia
azucena, lirio tronchado),
cuando
vacila por el sendero
largo,
muy largo...,
pobres
mujeres la compadecen,
santas
mujeres siguen sus pasos,
y
alguien murmura:
-Ved
a la Madre
del
suplicado;
esa
es la Madre del Nazareno,
que
hoy ha sufrido muerte y escarnio.
Siempre
en silencio llora la Madre,
y
hay en su llanto
misericordia
por los que sufren,
por
los que viven siempre llorando,
por
cuantas madres haya en el mundo
que
a un hijo miren sacrificado
sobre
la cumbre de su Calvario...
¡Y
por la Madre del Nazareno
qué
pocas madres derraman llanto!
. . . . . . . . . . .
Sin
un sollozo, sin un gemido,
mustia
la frente, mudos los labios,
como
una imagen de eterna angustia
vuelve
la Madre desde el Calvario.
ARTURO CAPDEVILA
El que quiera la paz
El
que quiera la Paz
El
que quiera la paz en la muerte,
que
la halle en la vida.
Sólo
rige en la ley de la suerte
la
propia medida.
El
que quiera silencio en la tumba,
llévelo
ganado.
En
la muerte se alarga y retumba
lo
que ya ha sonado.
El
que quiera encender el abismo,
borrar
el pecado,
ilumínese
y sea lo mismo
que
cielo estrellado.
El
que quiera la gloria en el cielo,
¡hallar
al Señor!
viva
y muera vibrando de anhelo,
¡ardiendo
en su amor!
RAFAEL MAYA
De nuevo, las fuentes
Cuántas
fuentes existen, cuántas fuentes
que
no han copiado nunca un rostro humano.
En
montañas altísimas existen,
fijas
únicamente en el espacio,
o
bien en penumbrosas hondonadas
donde
abren sus cristales sosegados
como
anchos ojos de la tierra virgen,
más
llenos de bondad cuanto más claros.
Nunca
esas fuentes, del humano rostro
la
maldad enigmática copiaron
ni
vieron reflejarse la turgencia
¡cuán
insinuante! de los cuerpos blancos
que
en la linfa sonora multiplican
su
ilusión de nenúfares truncados.
No
han sentido llegar, hasta su orilla,
sedientas
bestias de ligero casco,
ni
acogieron, en medio de los juncos
de
la ribera, a los pintados pájaros.
Sólo
las nubes, al volar sobre ellas
solas
o en grupos, por el cielo alto,
a
su callada superficie dieron
una
ilusión de atropellados barcos.
Y
las estrellas, en las tibias noches,
en
una muda acción de sagitarios,
rozaron
el diamante de sus aguas
al
disparar los atrevidos arcos.
Eso
fue todo. Las intactas fuentes
conservan
su candor, como en el cálido
y
venturoso día en que nacieron
de
las azules manos del verano.
A
ellas quiere llevarte, pura imagen
de
la primera poesía. El casto
espejo
será digno de copiarte
en
unión de las nubes y los astros.
ANDRÉS ELOY BLANCO
Acapulco 1
Preso
en el cofre del azul marino
la
espuma de sus caras idealice
para
el amor de Juventino Rosas.
Con
el mar en furia con el mar en calma,
Acapulco
en la piedra, en el cielo,
Acapulco
en la ola y la arena,
en
el mar y en el viento
Acapulco
en el alma
entre
Díaz y Juventino Rosas
ese
mar hecho de espumas, músicas y estrellas
que
hicieron Dios y Juventino Rosas.
viernes, 30 de agosto de 2019
FRANÇOIS COPPÉE
Intimidades
XI
Ella
es algo pedante. Cuando leemos
-en
tanto que las llamas nos acarician
mientras
corren llenando la chimenea-
deja
que se le escapen agudas criticas.
Como
el libro juzgado siempre le busco
entre
los mas hermosos de los mas buenos
de
mis buenos amigos, constantemente
de
tan duros ataques yo lo defiendo.
Pero,
a pesar de todas mis intenciones,
resultan
mis defensas defensas tibias...
¡Tenemos
los amantes, alucinados,
tantas
abdicaciones y cobardías!!!
Sin
embargo, las voces de las poetas
hallan
en las mujeres sus grandes ecos;
no
cuando los arrastran vanos lirismos
y
suben deslumbrados al quinto cielo;
sino
cuando les cantan dulces, amantes,
como
Sainte-Beuve, que sufre sus agonías,
o
Baudelaire, que gime desesperado,
o
Musset, si consigue vencer la risa;
cuando
para embotarse la inteligencia,
rendida
ya de males y sufrimientos,
buscan
en los aromas embriagadores
de
vagas languideces, paz y consuelo.
¡Ella
los ama tanto, si le interpretan
del
corazón las tiernas melancolías!
Y
a mis pies reclinada, su voz repite
el
pasaje que ¡tanto! Sufrió su critica.
Aquel
dulce pasaje, mágico nido
en
que siempre se esconden besos y besos...
...................................................................
Y
sucede a menudo que el libro, torpe,
suele
rodar muy pronto, rodar al suelo.
GIOVANNY GÓMEZ
De un bosque que juramos quemado
Es
inútil saber cuánto esperamos por un amor
cuando
la casa se nos viene encima
y
los vestidos siguen desnudos
con
la risa de una naturaleza que nos tomamos a sorbos
Es
este el bosque de la memoria que juramos quemado
donde
el deseo de encontrar
vuelve
a lo que alguna vez robaste
en
esos sueños
en
esos poemas insuficientes
que
no nos sucederán ahora
que
no serán nunca
ÁLVARO CUNQUEIRO
Yo soy Danae
Yo soy Dánae. Desnuda caía en el lecho come
bianca neve scende senza vento.
Y llegó secreto con el fulgor
convertido en monedas de oro que cayeron
sobre mí, alrededor, en el suelo
Díjose a sí mismo una voz y aquel oro de ceca
se arremolinó en un amén y se hizo el varón.
Me encontró virgen, me surcó y me sembró.
Me bebió, como quien se echa con sed sobre un río.
Pero lo pasado pasado está.
Ahora soy vieja, y en un reino de columnas derrumbadas
voy y vengo por entre los cipreses y las palomas.
Me tienen por loca, y piensan que miento
cuando digo que fui desvirgada por Zeus.
Para burlarse de mí baten una moneda en el mármol
y yo pienso que él vuelve, y me quito la ropa
y me dejo caer desnuda en la hierba come
bianca neve scende senza vento.
Ni escucho sus risas. Ya soy vieja
pero nunca pude salir de aquel sueño de antaño
Yo soy Dánae. Desnuda caía en el lecho come
bianca neve scende senza vento.
Y llegó secreto con el fulgor
convertido en monedas de oro que cayeron
sobre mí, alrededor, en el suelo
Díjose a sí mismo una voz y aquel oro de ceca
se arremolinó en un amén y se hizo el varón.
Me encontró virgen, me surcó y me sembró.
Me bebió, como quien se echa con sed sobre un río.
Pero lo pasado pasado está.
Ahora soy vieja, y en un reino de columnas derrumbadas
voy y vengo por entre los cipreses y las palomas.
Me tienen por loca, y piensan que miento
cuando digo que fui desvirgada por Zeus.
Para burlarse de mí baten una moneda en el mármol
y yo pienso que él vuelve, y me quito la ropa
y me dejo caer desnuda en la hierba come
bianca neve scende senza vento.
Ni escucho sus risas. Ya soy vieja
pero nunca pude salir de aquel sueño de antaño
De: "Herba aquí ou
acolá"
Versión de César Antonio Molina
ÁNGEL PÉREZ ESCORZA
Lo que no se dijo
A
Alejandra Craules, por tu silente belleza.
¿Pero
quién? ¿Quién es el indicado
para
uno
si
no es uno mismo?
La
noche cierra los ojos y la vida sale al mundo
vestida
de frac,
tropezando
una y otra vez
con
la muerte simultánea
de
uno que otro peatón extraviado.
Transpiro
en exceso
lo
que no se dijo
para
no quedarme mudo
para no especular de más.
Llevo
en mis cuencas
la
simiente sicalíptica de tu cuerpo
acariciando
mis manos.
He
ablucionado mis propias mentiras
para
salpicar de esperanza el sano juicio
que
fue en mí, antes de ti.
La
lengua purga con nostalgia,
se
condimenta en montañas de sal
disueltas
con tequila
y
aún así, no logro hallarte.
He
congelado el portentoso brillo
de
tus labios
y
lo resguardo en las sombras del futuro
para
no morir de frío.
Masturbo
las estrellas,
para
no expulsar los demonios beatificados
por
tu éxtasis.
Si
hay algo que no dije
o
valga mi hambre dejar morir,
es
que por siempre y para siempre
me callo.
IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO
En la muerte de Carmen
¡Tanto
esperar!... ¡tanto sufrir, y en vano!
¡Morir las ilusiones tan temprano!
¡Tanta oración perdida y tanto afán!
Así después de bárbaras fatigas,
Ve el labrador quebrarse sus espigas
Al soplo destructor del huracán!
¿Conque es verdad, Señor? ¿Después de tanto
Suspirar por un bien, en el quebranto
De mi lánguida y mísera niñez,
Cuando una dicha me aparece apenas,
De Tántalo al martirio me condenas
Y te enfureces contra mí otra vez?
¿Qué te he hecho yo, criatura desdichada
Que arrastro una existencia envenenada
Por el amargo filtro del dolor,
Para que tú, Dios grande omnipotente,
Así descargues en mi débil frente
Los golpes sin cesar de tu furor?
¿Mi delito es vivir? Tú lo quisiste.
¡Ay! Tú me has dado le existencia triste
Que me tortura y que me cansa ya,
Tú que otros seres al placer destinas,
Una corona dísteme de espinas
Que el corazón despedazando va.
Tal vez en vano en mi dolor le ruego;
Es el Acaso el que preside ciego
Del oscuro universo en el caos;
Él nos destina a bárbara existencia
Con implacable y fría indiferencia;
Es un fantasma la piedad de Dios!
Si blasfemo ¡perdón! En mi martiro
El corazón se abrasa, y el delirio
Trastorna mi cerebro, sí; ¡piedad!
Soy un amante triste y desolado,
El astro de mis dichas ha eclipsado,
Con su negro capuz la eternidad.
¡Corred... oh!... ¡mas corred, lágrimas mías!
Ya se apagó la antorcha de los días
De mi nublada y pobre juventud!
Una mujer, un ángel de consuelo
Fugaz me apareció... y eterno duelo
Dejome al ocultarla el ataúd.
Miradla inerte... ¿comprendéis ahora,
Almas que habéis amado, por qué llora
Con lágrimas de sangre el corazón?
¿Sabéis lo que es una mujer querida
Cuyo amor alimenta nuestra vida?
¿Sabéis lo que es perderla? ¡Maldición!
Es ¡ay! perder, el que cansado vaga,
La única linfa que su sed apaga
Del desierto en el tórrido arenal.
Es ¡ay! perder el pobre condenado
Que cruzara este mundo, desdichado,
La esperanza en la vida celestial.
Esa mujer me amó... mis años lentos
De soledad, de hastío, de tormentos,
Por ella, por su amor solo olvidé.
Era mi Dios, mi pecho solitario
Fue de su imagen perennal santuario;
Como a Dios adoraba, la adoré.
Cambiose el mundo, para mí sombrío
Cuando me apareció, bello ángel mío,
Riente, puro, dulce, encantador,
Con su mirada lánguida y ardiente,
Con el pudor divino de su frente
Y con su seno trémulo de amor.
Azucena purísima y lozana
Abriéndose al calor de la mañana,
Al beso del cefir primaveral.
¡Oh! ¿quién dijera que secar podría
Aun antes de llegar a medio día
El sol, su cáliz blando y virginal?
¡Mujer, adiós! ¡pudiera yo animarle
Con mi ósculo de fuego, y contemplarte
Apasionada y tierna sonreír!
¡Verte, en tu seno derramar mi lloro,
Y jurarte de nuevo que te adoro,
Y a tus plantas después, mi bien, morir!
Ángel, adiós... tu alma refulgente
Brilla a los pies del Dios omnipotente,
Y amante aún me mira... desde allí.
Cuando el Señor sonría a tus caricias,
Y te arrebate en célicas delicias,
Ángel... mi amor, acuérdate de mí.
Y cuando cruces el azul del cielo,
Nunca te olvides de inclinar tu vuelo
A este lóbrego mundo de dolor.
Yo te veré, yo seguiré tus huellas
Entr e el blanco vapor de las estrellas,
Y de la luna al pálido fulgor.
Yo invocaré tu imagen bienhechora
Para que me consuele en esa hora
De silencio solemne y de quietud.
Porque ¡ay! entonces turbarán mi calma
Las negras tempestades de mi alma,
Reliquia de mi triste juventud.
Yo escucharé tu voz en la armonía
De la floresta al despuntar el día,
De las palmas al lánguido vaivén.
Y en la callada tarde solitaria,
Guando murmure triste mi plegaria
En el Ocaso te veré también.
Del mundo en la borrasca tenebrosa
Tu sublime mirada esplendorosa
Será la estrella que me guíe, mi luz.
Y en mis impías horas de demencia,
El fuego iré a encender de mi creencia
De tu sepulcro en la escondida cruz.
¡Adiós ángel, adiós! en mi tormento
Mi existencia será solo un lamento;
Mas con tu dulce imagen viviré.
¡Adiós, sueños rosados, dulces horas,
Dulces como el placer y engañadoras!
¡Adiós, mi amor y mi primera fe!
¡Morir las ilusiones tan temprano!
¡Tanta oración perdida y tanto afán!
Así después de bárbaras fatigas,
Ve el labrador quebrarse sus espigas
Al soplo destructor del huracán!
¿Conque es verdad, Señor? ¿Después de tanto
Suspirar por un bien, en el quebranto
De mi lánguida y mísera niñez,
Cuando una dicha me aparece apenas,
De Tántalo al martirio me condenas
Y te enfureces contra mí otra vez?
¿Qué te he hecho yo, criatura desdichada
Que arrastro una existencia envenenada
Por el amargo filtro del dolor,
Para que tú, Dios grande omnipotente,
Así descargues en mi débil frente
Los golpes sin cesar de tu furor?
¿Mi delito es vivir? Tú lo quisiste.
¡Ay! Tú me has dado le existencia triste
Que me tortura y que me cansa ya,
Tú que otros seres al placer destinas,
Una corona dísteme de espinas
Que el corazón despedazando va.
Tal vez en vano en mi dolor le ruego;
Es el Acaso el que preside ciego
Del oscuro universo en el caos;
Él nos destina a bárbara existencia
Con implacable y fría indiferencia;
Es un fantasma la piedad de Dios!
Si blasfemo ¡perdón! En mi martiro
El corazón se abrasa, y el delirio
Trastorna mi cerebro, sí; ¡piedad!
Soy un amante triste y desolado,
El astro de mis dichas ha eclipsado,
Con su negro capuz la eternidad.
¡Corred... oh!... ¡mas corred, lágrimas mías!
Ya se apagó la antorcha de los días
De mi nublada y pobre juventud!
Una mujer, un ángel de consuelo
Fugaz me apareció... y eterno duelo
Dejome al ocultarla el ataúd.
Miradla inerte... ¿comprendéis ahora,
Almas que habéis amado, por qué llora
Con lágrimas de sangre el corazón?
¿Sabéis lo que es una mujer querida
Cuyo amor alimenta nuestra vida?
¿Sabéis lo que es perderla? ¡Maldición!
Es ¡ay! perder, el que cansado vaga,
La única linfa que su sed apaga
Del desierto en el tórrido arenal.
Es ¡ay! perder el pobre condenado
Que cruzara este mundo, desdichado,
La esperanza en la vida celestial.
Esa mujer me amó... mis años lentos
De soledad, de hastío, de tormentos,
Por ella, por su amor solo olvidé.
Era mi Dios, mi pecho solitario
Fue de su imagen perennal santuario;
Como a Dios adoraba, la adoré.
Cambiose el mundo, para mí sombrío
Cuando me apareció, bello ángel mío,
Riente, puro, dulce, encantador,
Con su mirada lánguida y ardiente,
Con el pudor divino de su frente
Y con su seno trémulo de amor.
Azucena purísima y lozana
Abriéndose al calor de la mañana,
Al beso del cefir primaveral.
¡Oh! ¿quién dijera que secar podría
Aun antes de llegar a medio día
El sol, su cáliz blando y virginal?
¡Mujer, adiós! ¡pudiera yo animarle
Con mi ósculo de fuego, y contemplarte
Apasionada y tierna sonreír!
¡Verte, en tu seno derramar mi lloro,
Y jurarte de nuevo que te adoro,
Y a tus plantas después, mi bien, morir!
Ángel, adiós... tu alma refulgente
Brilla a los pies del Dios omnipotente,
Y amante aún me mira... desde allí.
Cuando el Señor sonría a tus caricias,
Y te arrebate en célicas delicias,
Ángel... mi amor, acuérdate de mí.
Y cuando cruces el azul del cielo,
Nunca te olvides de inclinar tu vuelo
A este lóbrego mundo de dolor.
Yo te veré, yo seguiré tus huellas
Entr e el blanco vapor de las estrellas,
Y de la luna al pálido fulgor.
Yo invocaré tu imagen bienhechora
Para que me consuele en esa hora
De silencio solemne y de quietud.
Porque ¡ay! entonces turbarán mi calma
Las negras tempestades de mi alma,
Reliquia de mi triste juventud.
Yo escucharé tu voz en la armonía
De la floresta al despuntar el día,
De las palmas al lánguido vaivén.
Y en la callada tarde solitaria,
Guando murmure triste mi plegaria
En el Ocaso te veré también.
Del mundo en la borrasca tenebrosa
Tu sublime mirada esplendorosa
Será la estrella que me guíe, mi luz.
Y en mis impías horas de demencia,
El fuego iré a encender de mi creencia
De tu sepulcro en la escondida cruz.
¡Adiós ángel, adiós! en mi tormento
Mi existencia será solo un lamento;
Mas con tu dulce imagen viviré.
¡Adiós, sueños rosados, dulces horas,
Dulces como el placer y engañadoras!
¡Adiós, mi amor y mi primera fe!
FRANCISCO VILLAESPESA
El poema de la carne
Cuando me dices: Soy tuya,
tu voz es miel y es aroma,
es igual que una paloma
torcaz que a su macho arrulla.
Sobre mi mano dormida
de tu nuca siento el peso,
mientras te sorbo en un beso
todo el fuego de la vida.
Cuando ciega y suspirante
tu cuerpo recorre una
convulsión agonizante,
adquiere tu faz inerte
bajo el blancor de la luna
la palidez de la Muerte.
Cuando me dices: Soy tuya,
tu voz es miel y es aroma,
es igual que una paloma
torcaz que a su macho arrulla.
Sobre mi mano dormida
de tu nuca siento el peso,
mientras te sorbo en un beso
todo el fuego de la vida.
Cuando ciega y suspirante
tu cuerpo recorre una
convulsión agonizante,
adquiere tu faz inerte
bajo el blancor de la luna
la palidez de la Muerte.
jueves, 29 de agosto de 2019
RABINDRANATH TAGORE
El Último trato
Una
mañana iba yo por la pedregosa carretera,
cuando espada en mano, llegó el Rey en su carroza.
"¡Me vendo!", grité. el Rey me cogió de la mano y me dijo:
"Soy poderoso, puedo comprarte." Pero de nada le valió su poderío
y se volvió sin mí en su carroza.
Las casas estaban cerradas en el sol del mediodía
y yo vagaba por el callejón retorcido
cuando un viejo cargado con un saco de oro me salió al encuentro.
Dudó un momento, y me dijo: "Soy rico, puedo comprarte."
Una a una ponderó sus monedas. Pero yo le volví la espalda y me fui.
Anochecía y el seto del jardín estaba todo en flor.
Una muchacha gentil apareció delante de mí, y me dijo:
"Te compro con mi sonrisa." Pero su sonrisa palideció
y se borró en sus lágrimas. Y se volvió sola otra vez a la sombra.
El sol relucía en la arena y las olas del mar rompían caprichosamente.
Un niño estaba sentado en la playa jugando con las conchas.
Levantó la cabeza y, como si me conociera, me dijo:
"Puedo comprarte con nada." Desde que hice este trato jugando, soy libre.
cuando espada en mano, llegó el Rey en su carroza.
"¡Me vendo!", grité. el Rey me cogió de la mano y me dijo:
"Soy poderoso, puedo comprarte." Pero de nada le valió su poderío
y se volvió sin mí en su carroza.
Las casas estaban cerradas en el sol del mediodía
y yo vagaba por el callejón retorcido
cuando un viejo cargado con un saco de oro me salió al encuentro.
Dudó un momento, y me dijo: "Soy rico, puedo comprarte."
Una a una ponderó sus monedas. Pero yo le volví la espalda y me fui.
Anochecía y el seto del jardín estaba todo en flor.
Una muchacha gentil apareció delante de mí, y me dijo:
"Te compro con mi sonrisa." Pero su sonrisa palideció
y se borró en sus lágrimas. Y se volvió sola otra vez a la sombra.
El sol relucía en la arena y las olas del mar rompían caprichosamente.
Un niño estaba sentado en la playa jugando con las conchas.
Levantó la cabeza y, como si me conociera, me dijo:
"Puedo comprarte con nada." Desde que hice este trato jugando, soy libre.
RAMIRO FONTE
El enemigo
Cuando estés un poco malogrado
O te importune ese personaje
Que la derrota, muy sutil urdiera,
Puede hacer asomar en tu rostro,
No arrojes tu sueño como un anillo al río,
Sobre aquello que amas no puedas renunciar.
Cuando estés un poco malherido,
Quizás también oscuro, puede que un tanto harto
Y, al procurar verso, no encuentres
La música apropiada, lo que te exige el canto,
Recuerda que algún día fuiste dueño,
Que guardar silencio puede ser causa grande.
Cuando llenes de vaho los espejos con la tristeza
De ese ser que los procura, y anda errante en la casa
Como un barco impaciente que abandonó el mar,
Nunca pierdas el rastro de las estrellas
Fugitivas, y nunca te abandones
Al gesto vano, a lo falso o a la mentira.
Cuando quieras vivir
Por un país que esté más al norte,
Más cerca de la vida; al abrigo de otros puertos
A los que desciende el cielo con toda la claridad,
Y lejos de estos hombres que no quieren
Saber lo que tú mucho querrías,
Piensa en la casa sola que, desnuda, se dirige
Valiente y traicionada hacia el mar;
Y que debes salvarla, dándole otros caminos.
Es así que en esta hora te sucede
Que estás un poco triste, malherido,
Un tanto malogrado y sabes letras
De esas torpes canciones del desencanto,
Mi viejo capitán de las bajas horas,
Olvídate de mí, pero no olvides
Los pactos misteriosos a los que entre los dos llegamos,
Deja que suene la música. Y que pase otra vez.
Cuando estés un poco malogrado
O te importune ese personaje
Que la derrota, muy sutil urdiera,
Puede hacer asomar en tu rostro,
No arrojes tu sueño como un anillo al río,
Sobre aquello que amas no puedas renunciar.
Cuando estés un poco malherido,
Quizás también oscuro, puede que un tanto harto
Y, al procurar verso, no encuentres
La música apropiada, lo que te exige el canto,
Recuerda que algún día fuiste dueño,
Que guardar silencio puede ser causa grande.
Cuando llenes de vaho los espejos con la tristeza
De ese ser que los procura, y anda errante en la casa
Como un barco impaciente que abandonó el mar,
Nunca pierdas el rastro de las estrellas
Fugitivas, y nunca te abandones
Al gesto vano, a lo falso o a la mentira.
Cuando quieras vivir
Por un país que esté más al norte,
Más cerca de la vida; al abrigo de otros puertos
A los que desciende el cielo con toda la claridad,
Y lejos de estos hombres que no quieren
Saber lo que tú mucho querrías,
Piensa en la casa sola que, desnuda, se dirige
Valiente y traicionada hacia el mar;
Y que debes salvarla, dándole otros caminos.
Es así que en esta hora te sucede
Que estás un poco triste, malherido,
Un tanto malogrado y sabes letras
De esas torpes canciones del desencanto,
Mi viejo capitán de las bajas horas,
Olvídate de mí, pero no olvides
Los pactos misteriosos a los que entre los dos llegamos,
Deja que suene la música. Y que pase otra vez.
De: “Adeus Norte”
SERGIO BADILLA CASTILLO
Discurso de iniciado
Mis
pupilas atrapan con dificultad la profanía del tiempo
la
fugacidad de un destello que revela la exactitud de la vida
la
palabrería inmediata del vocablo inacabado
Una
sombra más ocupa la extensión desconocida de este viejo laberinto
Hay
cercanía cerebral con los objetos
una
impresión tactable tangible con
desnudez de dedos prontos
un
sentimiento de universalidad dactilar lleno de ditirambos y goces
una
genética caducidad en una ciudad perversa
al
borde de un barranco que deslinda con la más pronta muerte
Pierdo
la voz ante la náusea repentina
accedo
como cofrade al ara que me será prohibida en los años
La
hermosura nupcial ya fue consumada hasta la sangre misma, en ella
que
más se pudo colegir en tanto exceso
en
su insistencia de procrear a la luz remitente de unos pocos candelabros
en
lumbre mezquina contra lumbre encendida de belleza
Las
palabras me espasman indecisas el aliento
me
perlan la intimidad de humores en la certitud del cuerpo
Mis
pupilas se revelan ante la escasa lumbrería
la
fúgida apariencia de un resplandor equívoco
amengua
aún más la sensación de vida
Los
recuerdos se aglutinan
amontonan la torpeza vivida
como
una vieja lumia callejera que no tiene lugar donde yacer
La
historia se repite con escasez de lágrimas
La
quietud de los parientes es ritual
agónico
hace
que se sienta como sopla el viento afuera en la escollera
Los
maeses no vendrán por el camino de arcilla, contendrán sus
rogativas
sectarias en las inmediaciones del templo
súplica
tras súplica hasta sellar de secreto los decires
El
mandil tendrá colores y emblemas de albañiles
el
Oriente se abrirá diáfano entre las altas cumbres
Las
duelas de las cubas dejarán goterar el vino dulce
tal
vez un último ágape seguirá insomne la fiesta
un
postrero escanciar de copas fraternales
ni
escápula quebrada al iniciado abrazo
ni
adustez de sueño largo ni rigidez de condenado
Se
ha cumplido el plazo de esta austera residencia
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