De la poesía
I
Bien:
es lo que decíamos ahora.
Encenderse
de lámparas sin motivo aparente.
Alzar
copas maduras
y
beber los colores de la nieve
como
quien bebe alas de paloma
o
brinda con angélicas especies.
II
Claro:
lo que decíamos ahora.
¿Para
qué detener en las palabras
lo
que se va por ellas, y revierte
en
el propio minuto del encanto
a
su silencio tenue?
¿Para
qué definir lo que pudiera
relatarse
jeroglíficamente?
III
Exactamente:
de eso hablábamos.
De
no decir el nombre de las cosas
ni
aquella calidad de las aprieta,
sino
sólo su sombra,
mejor
dicho, el milagro
sonoro
de su aroma.
Dejar
que las palabras
por
sí solas,
tomen
hacia el prodigio
la
ruta aérea de las hojas.
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