En las primeras horas
Este
suave temblor,
este
misterio, esta visión,
esta
vaga vislumbre de candor,
este
dulce comienzo de oración;
este
vasto rumor
que
sale del nocturno corazón;
ésta
trémula voz,
esta
brisa despierta y este olor;
esta
clara canción
que
sube hacia los cielos, como Dios;
este
apacible són
de
Dauta cristalina y caracol;
esta
vaga ambición
de
libertad, este calor
que
nos llega al espíritu, este dón
de
simpatía universal, ¿qué son,
oh
hermano?
Y
el hermano respondió:
Es
que ya
viene
la
Aurora.
Tiembla
como un cristal
al
borde del abismo sideral.
Lleva
el astro de luz confidencial
que
vió Dante inmortal
al
salir de la cárcel infernal.
La
orla de su manto celestial
se
agita sobre el sueño terrenal.
Empieza
a despertar
la
pureza del cielo angelical.
Todo
se santifica en esa señal
de
luz.
Y
sube el mar
a
lavar a la ciudad.
Oh,
hermano, va a llegar
el
Rey. Apaga ya
la
lámpara de humilde claridad
que
alumbró nuestra mesa fraternal.
Póstrate
en humildad
y
reza tu oración universal
por
la alegría de crear,
por
la pequeña dádiva del pan,
por
la humana maldad
y
por el gozo singular
de
pensar
y
soñar.
Escucha
la campana triunfal.
Hendida
está la losa sepulcral.
Cristo
sale de un huerto matinal.
Oh
lento florecer
del
mundo! ¡Oh primavera siempre fiel!
¡Oh
dicha de creer
en
Dios y en la mujer!
¡Oh
perenne verdura del laurel!
¡Oh
fresco manantial en la aridez!
¡Oh
plenitud del ser!
¡Oh
locura de ver!
Hermano,
hay que encender
nuestra
esperanza en este amanecer,
y
lograr la embriaguez
en
la copa de miel.
Ya
caen a nuestros pies
las
frutas en su plena madurez.
Tiembla
el fuego solar como una red
de
oro. Entre la mies
corre
el agua propicia a nuestra sed.
¡Vamos
a poseer
la
tierra en su completa desnudez!
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