Fénix
(homenaje
a Julio Torri)
Iban a fusilarlo. Entonces
vislumbró a lo lejos, entre la bruma de las primeras horas de la mañana, la
chimenea de una fábrica. Su mirada se detuvo en el humo, y vino a su mente el
olor a incienso que en noches de calma encendía en su casa. Ya no pudo escuchar
con claridad las órdenes del jefe de escolta —¡preparen, apunten!—. Se había
perdido entre las formas aéreas del incienso que gustaba prender a medianoche.
Ahora lo contemplaba agrandado por los fulgores del sol naciente y el humo se
expandía por el cielo en proporciones gigantes. Vio subir y curvarse una flor
cristalina, que luego no fue sino brotes de ala, y segundos después una danza
de aromas: hojas secas trituradas, flores coloridas ante el sol, raíces que
repetían sus formas nudosas en el ardor del fuego. Recordó las cenizas
abandonadas por la ligereza del vuelo. Y a la voz de ¡fuego! percibió sobre el
horizonte un ave crecida, su aleteo giraba en un juego de luz y llama hasta
borrar su transparencia. Ya no tuvo ojos para contemplar esa estrella de pluma,
ni brillo que acompañara al pájaro de luz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario