De cuando me equivoqué de bar
Yo
soy de esa clase de amigos
que
siempre pide otra ronda en los bares.
No
tengo hijos,
soy
el hijo único de una dinastía de bastardos
que
se llena el estómago y se autodestruye.
Mis
amigos, sin embargo, son padres,
de
esos que buscan una excusa para volver tarde a casa,
siempre
me invitan a otra,
nunca
quieren que me vaya.
Ellos
me miran y cien veces
me
cuentan cien veces lo difícil que es
la
suerte que yo.
Ellos
no ven las hormigas que trepan por mi pierna,
no
las ven.
Beben
tiempo con su boca de padres,
tragan
tiempo con su saliva de padres
y
yo me vuelvo cada vez más pequeño
y
sus hijos cada vez más grandes.
Y
con cuarenta, con cincuenta,
volveré
al mismo bar de la esquina
y
entonces los que hoy son niños se preguntarán por qué
tantas
hormigas en mi boca,
por
qué el amigo de sus padres se sigue creyendo joven.
Con
cincuenta, con sesenta,
quién
me llevará a casa,
quién
guardará mis huesos bajo las sábanas.
Con
sesenta, quizás, con setenta
quién
contestará a mis preguntas,
quién
me dirá lo difícil que es,
la
suerte que yo
cuando
un día me confunda y pida otra ronda
frente
a la sola luz de mi nevera.
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