Esa, tu manera de nombrarme
Mi
nombre era una ciudad atravesada por la guerra,
un
pájaro que ha abandonado en el vuelo el equilibrio
y
se desploma,
una
caracola que las olas pulverizan,
una
yegua enferma que ha perdido todas las carreras,
un
minarete que fue erigido para nadie.
Pero
qué manera tuya de reconstruir mi nombre,
de
hallarlo a pesar del lodo y de la bruma,
de
levantarlo en su terrible peso,
de
ennoblecerlo como a un estandarte
que
se agita dignamente.
Tiemblan
las sílabas sostenidas por tu acento,
tu
voz fecunda en él otra melodía,
es
un sol que hace madurar su carne.
Luego
de tu boca su significado se renueva,
en
el orbe redefines su propósito,
cualquiera
que sea su permanencia
si
acaso es todavía posible alguna permanencia.
Esa,
tu manera de llamarme,
de
derramar sobre mi frente las aguas de mi nombre,
de
tallarlo en las maderas
de
un bosque imaginario de cerezos,
decidiendo
su lugar preciso en la alta lumbre,
en
la mitad del orden que en las constelaciones rige.
Yo
te he visto arrojarlo al fuego,
fraguarlo
con un brío delicado,
revivirlo,
para
colocarlo encima de mi mano
cada
vez que vuelves a nombrarme
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