jueves, 5 de septiembre de 2019

MAGDALENA CAMARGO LEMIESZEK





Esa, tu manera de nombrarme



Mi nombre era una ciudad atravesada por la guerra,
un pájaro que ha abandonado en el vuelo el equilibrio
y se desploma,
una caracola que las olas pulverizan,
una yegua enferma que ha perdido todas las carreras,
un minarete que fue erigido para nadie.

Pero qué manera tuya de reconstruir mi nombre,
de hallarlo a pesar del lodo y de la bruma,
de levantarlo en su terrible peso,
de ennoblecerlo como a un estandarte
que se agita dignamente.
Tiemblan las sílabas sostenidas por tu acento,
tu voz fecunda en él otra melodía,
es un sol que hace madurar su carne.
Luego de tu boca su significado se renueva,
en el orbe redefines su propósito,
cualquiera que sea su permanencia
si acaso es todavía posible alguna permanencia.

Esa, tu manera de llamarme,
de derramar sobre mi frente las aguas de mi nombre,
de tallarlo en las maderas
de un bosque imaginario de cerezos,
decidiendo su lugar preciso en la alta lumbre,
en la mitad del orden que en las constelaciones rige.

Yo te he visto arrojarlo al fuego,
fraguarlo con un brío delicado,
revivirlo,
para colocarlo encima de mi mano
cada vez que vuelves a nombrarme




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