Después de Auschwitz
Ira
negra
como un garfio
me
ataja.
Cada
día
cada
nazi
agarró,
a las ocho de la mañana,
un
bebé
y
lo frió para el desayuno
en
su sartén.
Y
la muerte observa con ojo casual
y
juega con la mugre bajo las uñas.
El
hombre es malo
—digo
en voz alta.
El
hombre es una flor
que
se debe incendiar
—digo
en voz alta.
El
hombre es un pájaro lleno de lodo
—digo
en voz alta.
Y
la muerte observa con ojo casual
y
se rasga el ano.
El
hombre con sus dedos milagrosos
y
los dedos del pie rosaditos
no
es templo
sino
letrina
—digo
en voz alta.
Que
el hombre nunca vuelva a levantar su tacita de té.
Que
el hombre nunca vuelva a escribir un libro.
Que
el hombre nunca vuelva a ponerse el zapato.
Que
el hombre nunca vuelva a levantar los ojos
en
una suave noche de julio.
Nunca.
Nunca. Nunca. Nunca. Nunca.
Estas
cosas digo en voz alta.
Ruego
al Señor que no escuche.
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