El buitre
Está enjuto y comprimido, calvo de tanto
encierro. Todavía conserva su capa negra bordeada de armiño y su mirar
penetrante, pero la vejez se advierte en su piel, plegada en sí misma sin poder
ceñir el gran volumen de antes. En su celda hay unos cuantos troncos que
simulan un banco; ahí trepa y permanece con su espinazo cada vez más doblado.
Aún percibe las corrientes de aire, despliega sus alas y vuela como lo hacía en
tiempo de hazañas, cuando se abandonaba a las columnas de viento cálido
agitadas entre las rocas, hasta ascender muy alto en espiral. Pronto estrella
su cuerpo desplumado contra los barrotes y el ímpetu cesa. Los guardias acuden
a causa del ruido, él retrocede, se finge minúsculo y esconde su corvo y filoso
pico. Se ha vuelto temeroso, lento y opaco en sus furores. Desde su captura le
suspendieron la carne para volverlo prudente, su palidez de vegetariano le da
aspecto débil, parece un cuervo melancólico perchado de un árbol seco.
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