El gran socorro mortífero
La
estatua de Lautréamont
Con
zócalo de sellos de quinina
El
campo raso
El
autor de las Poesías está acostado boca abajo
Y
cerca de él vela el helodermo sospechoso
Su
oreja izquierda pegada al suelo es una caja con
vidrieras
Ocupada
por un relámpago el artista no ha olvidado de
hacer
figurar por encima de él
El
globo azul cielo en forma de cabeza de Turco
El
cisne de Montevideo cuyas alas están desplegadas y
siempre
prontas a agitarse
Cuando
se trata de atraer del horizonte a los otros
cisnes
Abre
sobre el falso universo dos ojos de colores
diferentes
El
uno de sulfato de hierro sobre el enrejado de pestañas el
otro
de barro diamantino
Contempla
el gran exágono en forma de embudo en el que
se
crisparán bien pronto las máquinas
Que
el hombre se encarniza en cubrir de vendajes
Reaviva
con su bujía de radio los fondos del crisol humano
El
sexo de plumas el cerebro de papel aceitado
Preside
en las ceremonias dos veces nocturnas que tienen
por
fin sustracción hecha del fuego intervertir los
corazones
del hombre y del pájaro
Yo
tengo acceso a él en calidad de convulsionario
Las
mujeres arrobadoras que me introducen en el vagón
acolchado
de rosas
Donde
una hamaca que cuidaron de hacerme con sus
cabelleras
me está reservada
De
toda eternidad
Me
recomiendan antes de partir no resfriarme en la lectura
del
periódico
Parece
que la estatua cerca de la cual la grama de mis
terminaciones
nerviosas
Llega
a destino es afinada cada noche como un piano
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