miércoles, 10 de marzo de 2021

AGUSTÍN LANUZA

 



Segunda parte

La visión

 

 

Sólo el “Angelus” se oía
por La Bufa solitaria
como la triste plegaria
con que se despide el día.
Mientras, la noche prendía
por los campos siderales,
las antorchas sepulcrales
de su cielo de zafir,
como si fuera a asistir
a suntuosos funerales.

 

Y por el monte riscoso,
de los misterios albergue,
donde La Bufa se yergue
como un soberbio coloso,
al conjuro milagroso
de algún encantado sér,
dicen que se suele ver,
rompiendo el negro capuz,
la silueta, toda luz,
de seductora mujer.

 

Envuelta en un traje leve,
desnudo el mórbido cuello,
y des trenzado el cabello
sobre su espalda de nieve,
con paso tranquilo y breve
aquella beldad que hechiza,
entre una nube rojiza,
diáfana, sutil, etérea,
como una fantasma aérea,
blandamente se desliza.

 

Luego asciende con premura,
febril, jadeante, loca,
de la levantada roca
por la enhiesta escarpadura.
y la soberbia figura,
que “en el cantil suspendida,
sintiendo exhalar la vida,
en tierno llanto se anega,
parece la Sapho griega
sobre la Léucade erguida.

 

No bien la sombra que encanta
al abismo se derrumba,
y grandísono retumba
el gemir de su garganta
pero luego se levanta
una humareda copiosa,
que envolviendo la radios a
excelsitud de lo inmenso,
como la nube de incienso,
se disipa presurosa.

 

De un blanco velo al través,
surge La Bufa imponente,
mientras el raudo torrente
pasa besando sus pies.
Torna el silencio después
que la visión se ha perdido,
y sólo es interrumpido
cuando se llega a escuchar,
el monótono graznar
de los cuervos en el nido.

 

 

 

De: “La ciudad encantada“

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