Coloquio
paternal
La
luna reina como pocas noches.
Camináis lentamente.
Llevas a tu mujer como si fuera
un ánfora sutil que el tacto rompe.
-¿Cómo será?… ¿Será niñito el hijo?
¿Sus ojos serán grandes y expresivos?
¿Lo quieres ya sin verle?
-Lo quiero ya porque eres tú
conmigo;
porque no puede oler sino a nosotros;
porque tiene el color de nuestra carne,
por ser carne de entrambos.
En
idilio paterno
camináis bajo el sueño de la luna
con otro amor que la pareja novia;
con un amor que pesa en las entrañas,
no aquel que vuela sin dejar prenderse.
Ya
no es anhelo Amor, es fruta hecha.
Y os queréis como quiere
el escultor sus manos.
Hay gratitud en este nuevo amor.
“Gracias a Dios” -decís-, pero pensáis
“gracias a ti” además.
Y luego con inmensa y muda voz:
gracias a todo, a todo,
a la luz, al momento, a los jardines,
al cielo, a los volcanes, a los ríos,
al aire que mecía tus cabellos
y a la estrella que vimos en el aire?.
Luego, tú, el padre,
en un silencio breve, pero lleno,
dijiste para ti:
“Viene del viejo mar, soy como un mito;
acaricié la vida
como un alma pagana;
pero viví también la oscura selva
que tortura a las almas religiosas;
y, al fin, cuando mi edad
es luna, tiempo y muerte,
hago esta flor sencilla
en un vaso muy joven. Soy un loco”.
La
pareja siguió pensando al hijo.
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