Celebro,
a tientas, la ceguera.
Celebro, a tientas, la ceguera.
Un cosmos mágico y de inmortal
embeleso late tras su neblina.
Se
sacude y treme y tropieza
ante los ojos de nadie
y no cae, aunque caigan los paisajes
sobre este amanecer de inmensurable precipicio.
¿Quién
está ahí?
Ensambla la voz y, como si el destino
se contemplara senil en su retrato,
en el rostro universal, me reconozco a mí mismo.
Yo
estoy aquí. Inmenso y diminuto,
en todos los átomos del tiempo y en las células
breves, siempre moribundas, de las garras.
Frente a la tempestad, manifiesto mi equilibrio
y ataviada, en la inteligencia común,
se yergue mi ignorancia.
Lejos
de la noche, de no saber
mancomunar a los opuestos en el punto medio,
de no saber interpretar el resplandor
en la realidad última de una mirada,
derramo por el sueño mi cuerpo desnudo:
Yo
no volé. Nací en lo alto.
Soy el árbol enraizado a la cumbre.
¿Quién
eres tú cuando aprecias la belleza
o distingues en la integridad del alma lo sagrado?
Yo
estoy aquí, donde el abismo y sin alas.
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