Canto
a mi propia muerte
Y quien no está listo para morir
es porque está muerto.
Liobomir Levchev
Va
caminando la gente
por el viejo cementerio
con pasos cortos y lentos
por avenidas de flores,
bajo abedules erectos.
Sobre
los hombros el féretro
y en el fondo de su caja
una mujer abrasada
que tuvo cuerpo de cera,
por corazón una llama.
El
viento gimiendo canta:
la muerte apagó su sueño
lavó su color moreno;
la cubriré con mis alas
en su alcoba de silencio.
De
azafrán era su cuerpo
y de azabache su pelo,
con un lunar en la cara;
llena de velas el alma
que alumbraba la mirada.
Hay
cuchillos en sus venas.
Lleva heridas en el pecho,
están fríos sus despojos
y la vista de sus ojos
en la sombra quedó ciega.
Tuvo
dolores secretos,
tristezas que no quería,
de modo que el tiempo cierto
lo utilizó en dar consuelos
sin dárselos ella misma.
Ayer
la vida cantaba
en sus poros asombrados.
Hoy su cuerpo se desgrana
en un silencio ondulado
sobre la tierra mojada.
El
aire esparce semillas
sobre su cuerpo desierto.
La tierra abre su seno
y el río baña su lecho
para que duerma tranquila.
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