miércoles, 21 de julio de 2021

MANUEL BECERRA

 

 


Ornitomancia, mensajes por adivinación

 



Mi esposa trajo a casa una paloma.
Le dimos agua, arroz. Su casa ahora es una
antigua caja de leche. Fuimos
ingenuos al pensar que se trataba
de un ejemplar adulto
herido a voluntad de un felino salvaje.
Fuimos de igual manera impertinentes
en subirla a la silla e incitarla a volar.
—La sueño desollada en una pesadilla—
Es ciega entre lo oscuro y crece a deshoras, crece
mientras dormimos,
desarrollando un llamado en su pecho profundo
dirigido al varón, ojos de saurio,
o la hembra escondida entre los álamos.
Aprendimos con ella, por lo tanto,
paso a paso el hábito de crecer.
No podemos tocarla, sin embargo.
El pájaro se ofende si cruzamos su espacio.
Una soberbia antigua, que desconoce pero la precede,
marca con claridad la división
entre los seres de tierra y de aire.
No renuncia a su reino por el nuestro.
No trajo ningún mensaje consigo.
Ese no traer nada bajo el ala es el mensaje.
Nada es lo mismo o nada debiera ser lo mismo.
Algo, mediante el vuelo, se desplaza
de lo alto del armario a la silla natal.
Es otra la mujer que doblaba la esquina
con la paloma a manos llenas
y yo, por consecuencia, es otro.
Su diálogo y el nuestro, animal bifurcado,
en sueños insinúan con encontrarse.
Crece dentro del cuerpo un nuevo idioma.
Nos toma por asalto el sonido que es diálogo,
el diálogo que aspira
sin ataduras al zureo de las palomas.

 

 

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