jueves, 19 de agosto de 2021

LUIS FELIPE VIVANCO

 



Qué bien sé lo que quiero

 

 

Qué bien sé lo que quiero: sólo un trozo —con rocas,

junto al río Voltoya—de la provincia de Ávila.

Sólo un trozo de monte de encinas y berruecos.

Sólo un monte con grandes encinas distanciadas

en sus faldas rocosas, amplias, largas y diáfanas,

muchos días seguidos, antes de entrar en Ávila

(por las calles prosaicas de las afueras, entre

madrugada y conventos de clarisas, bernardas,

carmelitas descalzas), con el alma descalza.

Sí, ese trozo (con rocas y encinas) me prepara

para la entrada en Ávila, me instala en su tardanza,

me sujeta a su mucha claridad de horizonte,

me quita de los ojos lo que todos prefieren,

me deja en equilibrio de piedra caballera

y en pujanza absoluta de azul sin importancia.

Es un trozo tan alto de fatigas, tan fino

y ocioso de matices, tan activo en suspenso

—a pesar de la sombra creciente del barranco—

que al llegar el crepúsculo no hacen falta campanas.

Es un sueño perpetuo de nieve o sol de agosto

y alegres margaritas de primavera escasa.

Es un trozo —y un solo pajarillo que canta—

con vegas del Adaja, y aun del Eresma, lejos,

y cerca una pequeña ciudad amurallada.

¡Qué bien sé lo que quiero!: quedarme entre sus rocas

y encinas, oponiéndome a todo lo que sea

merma o deformación política del alma.

 


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